arena1

Arena teje sinfonías de 30 aniversario en un Razzmatazz 2 vibrante, pese a las sombras…

Arena

7 de mayo de 2025

Razzmatazz 2 (Barcelona)

Organiza: Neverland Concerts

Texto: Markceröck

Fotos: Markceröck

La noche del 7 de mayo de 2025 se erige Barcelona como un santuario para los devotos del rock progresivo, un crisol de expectativas donde la leyenda británica Arena desembarca en el corazón del arena Razzmatazz. El motivo de esta peregrinación sonora es trascendental: la conmemoración de tres décadas de una trayectoria musical que ha esculpido paisajes sonoros intrincados y ha resonado en las almas de quienes buscan más allá de las estructuras convencionales del rock. Una palpable anticipación flota en el aire, aunque una sutil sombra de resignación se cierne sobre la sala 2, consciente de una concurrencia que, aunque entusiasta, no alcanza la magnitud deseada.

 

arena2

 

La alineación que Arena presenta para celebrar este hito es un verdadero Olimpo del prog, una constelación de talentos cuyas luces individuales ya brillan con fuerza propia. Mick Pointer, el pulso original de la icónica Marillion, se erige como el capitán de esta nave sonora. A su lado, Clive Nolan, un alquimista de las texturas y las atmósferas, cuyos dedos han danzado sobre los teclados de formaciones seminales como Pendragon y Shadowland, promete expandir los límites de la imaginación auditiva.

 

La genialidad de John Mitchell, un arquitecto de melodías complejas y solos que definen una era (el alma de Lonely Robot y figura clave en It Bites y Frost*), se entrelaza con la solidez rítmica de Kylan Amos al bajo, creando una base firme para las exploraciones sónicas. Y en el frente del escenario, la voz poderosa y camaleónica de Damian Wilson(un trotamundos vocal en proyectos de la talla de Ayreon y Threshold) se erige como el narrador de estas épicas musicales. La promesa de una inmersión profunda en el neo-prog de más alto calibre se siente en cada rincón del recinto.

 

arena3

 

Sin embargo, el calendario barcelonés de esta noche presenta una encrucijada para los amantes de la música elaborada. La coincidencia de este concierto aniversario con lo que se anuncia como la despedida escénica de los legendarios Jethro Tull en la majestuosidad del Palau de la Música genera una división en la grey progresiva. Muchos se ven ante la difícil elección de sacrificar una experiencia única en favor de otra, una decisión que inevitablemente merma la asistencia en ambos eventos (cubrimos ambos).

 

Es una sombra que se proyecta sobre el encomiable esfuerzo de Neverland Concerts, promotores que con pasión y dedicación se empeñan en traer a la Ciudad Condal el arte intrincado y apasionado de bandas como Arena, un género que, si bien no siempre convoca multitudes masivas, siempre conquista la fidelidad de sus seguidores con la profundidad y la calidad de su propuesta.

 

 

A pesar de este telón de fondo agridulce, la profesionalidad y la pasión que emanan de Arena son un faro que ilumina la sala desde el momento en que los primeros acordes flotan en el aire. La proverbial puntualidad británica, casi un ritual para sus seguidores, permite que el público se congregue frente al escenario con la calma suficiente para anticipar la tormenta sonora que se avecina.

 

Esta espera se convierte en un regalo inesperado, un preludio íntimo que rompe la distancia entre el artista y el espectador: el encuentro directo con Damian Wilson. El vocalista, con una calidez genuina y una sonrisa contagiosa, se sumerge entre la multitud, saludando, charlando y posando para fotografías, tejiendo lazos de cercanía que trascienden la mera admiración. Su carisma magnético siembra la semilla de una conexión que florecerá con cada nota y cada verso.

 

Cuando las luces del Razzmatazz se atenúan, sumiendo la sala en una penumbra expectante, y los músicos de Arenatoman sus posiciones con una sincronía que denota años de complicidad musical, el recinto se transforma en un portal hacia un universo sonoro complejo y evocador. Mick Pointer, la columna vertebral rítmica de la banda, marca el pulso ancestral sobre sus tambores, guiando el viaje a través de paisajes sonoros intrincados.

 

A su lado, Clive Nolan, el mago de las texturas y las atmósferas, despliega su arsenal de teclados, prometiendo pintar sinfonías de otro mundo. La guitarra de John Mitchell, un narrador de historias a través de sus cuerdas, se convierte en el hilo conductor de melodías intrincadas y solos que desafían la gravedad, mientras la solidez discreta pero fundamental de Kylan Amos al bajo ancla las exploraciones armónicas. Y elevándose sobre este entramado sonoro, la voz poderosa y camaleónica de Damian Wilson se erige como el guía lírico, transportando al público a través de relatos épicos y emociones profundas.

 

El concierto se abre con la majestuosa «Valley of the Kings», la pieza inaugural del influyente álbum «Songs From the Lion’s Cage» (1995). Esta elección no es fortuita, sino un deliberado guiño al pasado, un punto de partida para un viaje nostálgico a través de las tres décadas de evolución sonora de Arena. La canción, que en sus orígenes resonaba con la intensidad melódica de los primeros Marillion liderados por Fish, se revitaliza con la impronta vocal única y la presencia escénica magnética de Wilson, mientras los primeros destellos de la maestría de Mitchell en las seis cuerdas presagian la tormenta de virtuosismo que se desatará a lo largo de la noche.

 

 

 

A medida que las horas se deslizan y el concierto avanza, la sinergia palpable entre los miembros de Arena se intensifica, tejiendo una red invisible de comunicación musical. La habitual seriedad que a menudo irradia John Mitchell se disipa en la efervescencia de sus solos, donde cada nota parece esculpida con una precisión milimétrica y una pasión desbordante. Clive Nolan, el cerebro conceptual y sonoro de la banda, ejerce con gracia de maestro de ceremonias, hilvanando anécdotas sobre la rica historia de Arena con un humor británico sutil e inteligente, presentando a sus compañeros con afecto y dedicando palabras especialmente cálidas a la energía renovadora que Damian Wilson ha inyectado al proyecto.

 

El setlist se revela como un tapiz sonoro cuidadosamente tejido, donde los clásicos atemporales, aquellos que han marcado la trayectoria de la banda y han resonado en los corazones de sus seguidores durante años, se entrelazan con las joyas más recientes de su discografía, mostrando la continua evolución y la vitalidad creativa de Arena. La monumental «Moviedrome», con sus veinte minutos de épica progresiva, se despliega con una paciencia y una intensidad que parecen desafiar las limitaciones del tiempo, sumergiendo al público en un viaje cinematográfico a través del sonido. Los temas extraídos de su último trabajo, «Time Capsule» y «The Equation (The Science of Magic)», demuestran la vigencia y la frescura del sonido Arena en el presente, con la inconfundible impronta vocal de Wilson aportando una nueva dimensión a la banda.

 

 

Es precisamente durante la interpretación de «The Equation» cuando se produce uno de los momentos más memorables y, a la vez, inesperados de la noche: en un arrebato de energía y conexión visceral con el público, Wilson insta a la audiencia a crear un wall of death en el corazón del Razzmatazz, un gesto de comunión rockera que culmina en un silencio abrupto provocado por un desafortunado fallo técnico en el micrófono. Lejos de desmoronarse ante la adversidad, Wilson demuestra su profesionalidad y su carisma inquebrantable, convirtiendo este contratiempo en una anécdota entrañable que subraya su conexión genuina con el público.

 

La magia instrumental regresa con la delicadeza conmovedora de «Serenity», una pieza que se funde a la perfección con la intensidad emocional de «(Don’t Forget to) Breathe», exhibiendo la química musical y la sensibilidad interpretativa que definen el sonido de Arena. La implacable tiranía del reloj obliga a sacrificar «What If?», un tema que sí había resonado la noche anterior en Madrid, pero la banda compensa esta ausencia con un tramo final apoteósico que incluye la muy solicitada «Solomon» y el himno colectivo «Crying for Help VII», coreado con fervor y pasión por un público completamente entregado a la causa del buen rock progresivo.

 

Al apagarse las luces del Razzmatazz, la sensación que perdura en el ambiente es agridulce: la euforia palpable de haber presenciado una exhibición musical impecable y conmovedora se mezcla con la melancolía de que la noche haya llegado a su inevitable conclusión. La inmediata salida de los músicos al encuentro de sus seguidores, compartiendo un último instante de conexión antes del cierre forzoso del recinto, sella una relación profunda y sincera entre la banda y su público.

 

En esta noche mágica en Barcelona, Arena no solo ha celebrado tres décadas de música; ha reafirmado su estatus como una fuerza vital e ineludible en el universo del rock progresivo, dejando en el corazón del Razzmatazz una huella imborrable de pasión, virtuosismo y una conexión humana que trasciende las notas musicales. La ferviente esperanza de un pronto reencuentro ya palpita con fuerza en el corazón de la afición barcelonesa.

 

Fotos extraídas del Facebook Oficial de Arena

 

 


Descubre más desde Stairway to Rock

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja una respuesta