Spreading the Desease
30 de octubre de 1985
Island Records
En octubre de 1985, cuando el metal empezaba a describir con mayor nitidez sus nuevas fronteras, Anthrax lanzó Spreading the Disease, un disco que, en su día a día, tenía la apariencia de una evolución natural: una banda joven que afina su armero y pone en orden sus ideas. Pero con el paso de los años se ha entendido mejor que aquel álbum no fue sólo una mejora técnica respecto a su debut: fue la primera vez que Anthrax encontró la fórmula que les encumbraría como uno de los pilares del thrash estadounidense. La fecha y la portada son sólo el envoltorio de una nueva manera de construir que, canción a canción, inocula velocidad, humor ácido, riffs memorablemente afilados y una nueva voz que acabaría por definir la identidad del grupo.
Si se quiere entender Spreading the Disease hay que empezar por su alineación y por el punto de inflexión que supuso la llegada de Joey Belladonna al micrófono y de Frank Bello al bajo. Por primera vez Anthrax tenía una voz melódica, con registro y personalidad distinta a la de sus primerizos vocalistas. Esa incorporación reconfiguró el timbre de la banda: donde antes había agresividad nasal y frontal, ahora había una línea más limpia, más cercana al hard rock, pero con suficiente mordiente para encajar en el salvaje ecosistema thrash. Ese contraste entre una voz casi melódica y la velocidad/ruido de las guitarras acabaría siendo uno de los rasgos más reconocibles del grupo y de sus himnos inmediatos.
Musicalmente, Spreading the Disease es una lección de equilibrio. No se trata de velocidad por la velocidad: las canciones alternan arrebatos vertiginosos con pasajes en que el pulso se ancla en riffs cortantes y repetitivos que funcionan como ganchos. Canciones como “Madhouse” y “A.I.R.” no son solo “caña”, para decirlo de alguna manera, son también estribillos y frases que se quedan en la piel. En estos cortes Anthrax empiezan a escribir aquello que con el tiempo sería percibido como su “marca”: la combinación de agresividad, sentido del humor y habilidad para convertir una frase rítmica en un himno de pogo. En este segundo álbum, la estructura compositiva es más cuidadosa que en su debut; hay una consciencia melódica y una voluntad de hacer que los temas respiren.
La producción del disco, a cargo de Carl Canedy junto a la propia banda, merece un análisis aparte porque define en buena medida la lectura del álbum. En comparación con la crudeza de muchos de sus contemporáneos, la producción de Spreading the Disease es relativamente clara, sin renunciar a la agresividad. Se escucha con nitidez la percusión de Charlie Benante —que combina técnica y raciocinio rítmico— y las guitarras de Scott Ian y Dan Spitz aparecen con un filo seco que corta sin rebajar su cuerpo.
Esa limpieza en el sonido permitió que la voz de Belladonna no se perdiera en la maraña sonora; más aún, su voz se coloca en primer plano como agente diferenciador. Críticos posteriores han subrayado que la calidad de la producción fue clave para su recepción, y que la mezcla consiguió que Anthrax destacara entre las bandas de thrash por una capacidad inusual de sonar a la vez feroz y reproducible en el circuito radio/MTV de la época.
La producción
Pero hay que decir también que Spreading the Disease no es un álbum sin fisuras. Una escucha paciente revela momentos en que la banda todavía está encontrando su voz completa: algunas letras muestran un sentido del humor y unas imágenes —heroicos, pulp, incluso tongue-in-cheek— que hoy pueden parecer caducadas, y la mezcla ocasionalmente prioriza la claridad por encima de la aspereza que muchos seguidores del underground esperaban. Esa tensión —ser una banda de raíces punk-metal y, al mismo tiempo, aspirar a cierta claridad melódica— define parte del encanto y la crítica que se le ha hecho con el tiempo. Hay quien ha reprochado que algún pasaje suene a concesión a la radio; otros han celebrado precisamente esa apertura como la decisión que permitió a Anthrax llegar a audiencias más amplias sin traicionar del todo su estirpe.
El disco
Uno de los ejes que distingue a Spreading the Disease respecto a su predecesor es la construcción de himnos. “Madhouse” es ejemplo claro: ritmo rabioso, estribillo pegadizo y un clip que impulsó la canción más allá de los circuitos puramente metaleros. El tema se convirtió en un núcleo para los conciertos y en una de las piezas que sellaron la relación entre la banda y un público joven hambriento de riffs memorables. “Armed and Dangerous”, aunque ya venía de un EP anterior, aquí encaja dentro de una lógica de disco que busca la cohesión: entre la agresividad y el guiño; entre la intención y la ejecución. La conjunción de compositores (Scott Ian, Charlie Benante, Dan Spitz y otros colaboradores) muestra una banda por primera vez coherente en su planteamiento compositivo; las canciones se sostienen por sí mismas y ayudan a construir una narrativa sonora reconocible.
En términos técnicos, la sección rítmica de Benante y Frank Bello encuentra un diálogo interno que sostiene la violencia melódica de las guitarras, al tiempo que presta al oyente un mapa claro de los cambios rítmicos. Es notable cómo la batería no solo marca tempo, sino que articula frases, impulsa estribillos y modula la intensidad dramática de los temas. La aportación rítmica es, en muchos momentos, el verdadero motor de las piezas; las guitarras, por su parte, se permiten tanto frases netamente thrash, como punteos más melódicos, estableciendo un ecosistema interno que evita que la banda suene monolítica. Esa riqueza instrumental explica por qué, en directo, muchos de los temas del disco funcionan todavía hoy con una energía intacta.
Hay, además, un elemento social y cultural que no conviene obviar: la imagen y la actitud de Anthrax, su ironía y su conexión con la cultura pop (referencias al cine, la literatura pulp, la cultura juvenil) hicieron que su thrash fuese menos dogmático y más abierto que el de otras bandas del momento como Metallica, Megadeth o Slayer (por mencionar a las que formaron el Big Four). Ese guiño permitió que una porción de la audiencia que no se veía a sí misma como “metalera” encontrara un punto de acceso. Puede creerse que esa elasticidad restó pureza; puede argumentarse también que fue precisamente lo que permitió al género expandirse y diversificarse. En cualquier caso, la banda mostró en Spreading the Disease que el thrash podía ser una música seria sin ser solemne; que se podía tener contundencia y, al mismo tiempo, entretenimiento.
Veredicto
En definitiva, Spreading the Disease sigue siendo hoy una referencia viva: no tanto por forjar un estilo único (eso vendría más tarde con Among the Living), sino por demostrar que Anthrax podía conciliar técnica, gancho y virulencia. Más que una vacuna contra el gusto fácil, el disco fue la dosis que transformó a la banda: les dio voz —literal y figurada— para disputar un trono que no se ocupa por sola arrogancia sino por canciones.


Jordy Stanley. Profesor de Lengua y Literatura, historiador y freaky en general, posee diferentes obras de ámbito académico y divulgativo. Su último libro, Conan a lo largo de los filmes (PanoArtBooks, 2022) ha agotado sus dos ediciones. Entre lo destacado de su discografía, podemos hallar Henry Dark (2009), de su anterior banda, HENRY DARK y el flamante LP, KISS my Covers (2024), donde tributa a KISS, la banda de su vida, de una manera muy particular. Guitarrista y cantante, otra de sus múltiples facetas es la de youtuber y redactor musical.
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