Hay canciones que trascienden el género, el tiempo y la técnica. “À Tout Le Monde” de Megadeth es una de ellas. Puede parecer extraño que una banda reconocida por su thrash metal más crudo y veloz firme una balada que se siente más como un susurro al oído que un grito de guerra. Pero ahí reside su perfección: en la honestidad brutal de su letra, en la contención emocional de su melodía, y en la humanidad que logra transmitir sin perder un gramo de su identidad.
Desde el primer acorde, “À Tout Le Monde” se aleja del vértigo característico de Megadeth. En lugar de riffs acelerados, nos encontramos con una atmósfera densa y reflexiva, casi etérea. La guitarra de Marty Friedman brilla no por su velocidad, sino por su sensibilidad. Cada nota parece sostenida con el mismo cuidado con el que uno pronuncia una despedida. Y luego entra la voz de Dave Mustaine, áspera, quebrada, profundamente humana. No está tratando de cantar bonito; está tratando de decir adiós.
«These are the last words
I’ll ever speak
And they’ll set me free»
La letra es, simplemente, devastadora. Una mezcla entre francés e inglés donde el mensaje es claro: es una carta de despedida al mundo. No desde el drama, sino desde la aceptación. “À tout le monde, à tous mes amis, je vous aime, je dois partir” («A todo el mundo, a todos mis amigos, los amo, debo partir«). No hay rencor, no hay llanto, sólo hay amor y resignación. En una cultura musical muchas veces dominada por el ego y la grandilocuencia, esta canción se siente como un acto de humildad total.
Lo más impresionante es que, a pesar de la melancolía, no resulta una canción deprimente. Al contrario: tiene algo profundamente liberador. Como si enfrentarse a la muerte o la partida —o incluso solo a un cambio inevitable— con amor y claridad fuera una forma de redención. Y esa sensación es amplificada por la construcción melódica: cada subida y bajada, cada puente, cada armonía está pensada no para impresionar, sino para acompañar emocionalmente al oyente.
Es una canción perfecta no por su virtuosismo (aunque lo tiene), sino porque logra algo que pocas canciones consiguen: hacernos sentir comprendidos. Escuchar “À Tout Le Monde” es como mirar a los ojos a alguien que sabe exactamente por lo que estás pasando. Y eso, en cualquier idioma, es un regalo.

Mi nombre es Irene, y todo el mundo me conoce por mi apellido Kilmister adquirido por el que ha sido y será mi mayor ídolo en esta vida. Lo cierto es que yo empecé en esto de la fotografía sin pensarlo mucho. Era la típica amiga de la cámara, pero de que me quise dar cuenta me propusieron entrar a colaborar en un medio profesional en 2017 y desde ahí he pasado de ser esa amiga de la cámara a evolucionar y coinvertirme en lo que conocéis ahora.
Apasionada de la música en todos sus géneros y amante de la lectura y los conciertos, aunque mi verdadera profesión no tenga nada que ver con todo esto.
Descubre más desde Stairway to Rock
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.