Nuestros héroes están en el ocaso y es ley de vida que poco a poco tengamos que despedirnos de ellos, pero… si hay despedidas posibles, posiblemente la de Ozzy ha sido la “perfecta”, pues no hace nada, estaba en un escenario, en su Birmingham natal, sentado en su trono y despidiendo a Black Sabbath de una forma definitiva. Pero más allá de Black Sabbath sonaba todo aquello a despedida de Ozzy. Lo que no sabemos es sí estaba ya previsto un adiós cercano o si se intuía, pero lo ha hecho con honores de rey y acompañado por todo lo más destacado de la industria del rock y del heavy metal.
Toca agradecerle tantas cosas… pero entre ellas, que haya durado tanto, pues es inconcebible que este bala perdida haya durado tanto, pues maltrató su cuerpo y espíritu como pocos han hecho. Es más, siempre fue algo inexplicable que Dio pereciera cuando los cuatro miembros de Black Sabbath seguían entre nosotros. Realmente, lo que más me tocó de la despedida, fue que su baterista original, Bill Ward, subiera a escena. Eso fue increíble, puesto que cada vez que volvían, lo tenían que apartar y llamar al bueno de Vinny Appice.
Pero hoy toca hablar de esa voz de niño malo que se nos apaga por mucho que “Paranoid”, Mr. Crowley” y “Crazy Train” sonarán durante siglos y siglos. Creo que todo heavy va a recordar qué estaba haciendo en el momento en el que le dieron la noticia de que Osbourne moría. Yo estaba jugando con mi hijo en la máquina Arcade, al “Snow Bros”, y no nos hemos pasado el juego por el dichoso monstruo final… Monstruoso es también el legado de un tipo que deja, leyenda entre leyendas y capaz de protagonizar todas las locuras más míticas de la historia del rock.
He contado a mi familia la historia del murciélago, posiblemente la más mítica, pero he obviado la de las hormigas, ya para cuando sea mayor el niño… De todos los cantantes que pasaron por Black Sabbath, la peor voz era la suya, pero es una pequeñez, comparado con lo que fueron esos primeros seis discos de Black Sabbath. Hay la mítica frase de Henry Rollins que dijo en su día: “Sólo puedes confiar sólo en ti y en los seis primeros discos de Black Sabbath”. Y de verdad que lo escribo desde el recuerdo y sin verificar las cosas. Dejemos que lo pasional pase por delante del rigor periodístico.
Nunca vi a Black Sabbath con Ozzy, pero si a Osbourne en solitario con diferentes bandas y encarnaciones. Hubo grandes momentos con desafinaciones monumentales (en un Azkena), pero, ante todo: cantaba él, sin filtros ni apoyos tecnológicos. Y esa dosis de realidad le hace especialmente grande. Soy de esos que le dolió mucho la serie “The Osbournes”, porque nuestro mito pasaba a ser un señor deteriorado y alocado apto para el consumo de masas. También huelga decir, que, a pesar de las décadas de drogas y alcohol, era el más cuerdo de esa familia.
Si sube para el cielo o baja al infierno es algo que importa poco. Puede tomar la esclera de los Zep para arriba o la autopista de AC/DC para abajo. Yo prefiero quedarme con que, si se topa con Alesteir Crowley, tampoco será capaz de reconocerle a pesar de dedicarle uno de los más grandes éxitos de toda su carrera. En “Stairway to Rock” suspendemos toda la programación para los próximos días e intentaremos tributar como merece al hombre que unió el terror y el ocultismo a la música sin apenas saber lo que hacía.
Y hay muchas, muchas canciones, pero yo lo despido con una obra maestra, comercial, si me apretáis, pero que seguro que pocos y pocas van a poner de epitafio. Quizá quedó un buen día si eres murciélago, pues ya no tienen nada que temer …

Licenciado en INEF y Humanidades, redactor en Popular 1, miembro fundador de TheMetalCircus y exredactor en webs y revistas como Metal Hammer, Batería Total, Guitarra Total y Science of Noise. Escribió el libro «Shock Rock: Sexo, violencia y teatro». Coleccionista de discos, películas y libros. Abierto de mente hacia la música y todas sus formas, pero con especial predilección por todas las ramas del rock. Disfruto también con el mero hecho de escribir.
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