“Flying Whales” de Gojira: un himno progresivo para el metal del nuevo milenio
En 2005, la banda francesa Gojira lanzó From Mars to Sirius, un álbum conceptual que situó al grupo en el mapa internacional como una de las fuerzas renovadoras del metal extremo. Dentro de ese disco, un tema destacó por encima del resto y se convirtió en emblema de la agrupación: “Flying Whales”.
Lejos de ser un simple ejercicio de brutalidad, esta canción de más de siete minutos representa un viaje sonoro y lírico que encapsula la visión única de Gojira: una mezcla de death metal técnico, progresividad, espiritualidad y conciencia ecológica. Hoy, “Flying Whales” es considerada por muchos como la obra maestra de la banda y un ejemplo perfecto de lo que el metal moderno puede lograr cuando se atreve a romper esquemas.
Un inicio atmosférico y narrativo
La pieza abre con una introducción ambiental de guitarras limpias y texturas espaciales, que generan una atmósfera flotante, casi etérea. No hay prisa en entrar en la distorsión: Gojira construye un paisaje sonoro que refleja la inmensidad del océano y el misterio de las criaturas colosales que pronto protagonizarán la narración.
Ese arranque pausado no solo sirve como contraste para lo que vendrá después, sino que también establece el tono conceptual del tema: majestuoso, expansivo, casi cinematográfico.
El rugido de la ballena metálica
Cuando finalmente entra el riff principal, el oyente es arrastrado por un tsunami de groove y peso. La guitarra de Joe Duplantier se convierte en un martillo que golpea de forma repetitiva y precisa, acompañada por la batería hipnótica de Mario Duplantier, cuyo estilo mezcla brutalidad con una musicalidad poco común en el metal extremo.
El riff de “Flying Whales” es tan característico que se ha convertido en un sello identitario de Gojira: pesado pero dinámico, técnico pero visceral, siempre transmitiendo movimiento, como si la música misma imitara el lento y poderoso desplazamiento de una ballena en el océano.
Letras que trascienden la brutalidad
A diferencia de otros exponentes del metal extremo que exploran temas bélicos o satánicos, Gojira se ha caracterizado por una preocupación constante por el planeta y la naturaleza. “Flying Whales” es un claro ejemplo: su letra describe un mundo en el que ballenas gigantes vuelan por el cielo, una metáfora poética que une ciencia ficción y ecología.
El mensaje va más allá de la imagen fantástica: representa la grandeza de la vida y la necesidad de reconectar con ella, una llamada a tomar conciencia sobre la destrucción del medio ambiente y el olvido de nuestra propia espiritualidad.
Now I can see the whales
Looming out of the dark
Like arrows in the sky
I can’t believe my eyes
But it’s true
Progresividad y catarsis
La canción se desarrolla en secciones que van mutando, desde lo atmosférico hasta lo brutal, pasando por momentos de groove hipnótico y explosiones de death metal técnico. Gojira no teme mezclar influencias: aquí conviven el peso del death metal, la experimentación del progresivo y una sensibilidad melódica que asoma entre la distorsión.
El clímax llega hacia la mitad, cuando la canción se acelera y alcanza una densidad casi insoportable, antes de regresar a pasajes más abiertos que invitan a la contemplación. Esa montaña rusa emocional convierte a “Flying Whales” en mucho más que un tema de metal: es una experiencia inmersiva.
Un clásico moderno
A dos décadas de su lanzamiento, “Flying Whales” no solo se ha consolidado como la canción más icónica de Gojira, sino que también es un himno del metal del siglo XXI. Cada vez que suena en directo, los fans reconocen inmediatamente el riff inicial y se sumergen en un viaje colectivo que combina brutalidad, belleza y trascendencia.
El tema demuestra que la perfección en el metal no se mide únicamente por velocidad o agresividad, sino también por la capacidad de construir mundos sonoros, emocionar y transmitir un mensaje. En este sentido, Gojira logró con “Flying Whales” una obra que equilibra la fuerza técnica con la espiritualidad, el caos con la contemplación, y lo humano con lo natural.

Mi nombre es Irene, y todo el mundo me conoce por mi apellido Kilmister adquirido por el que ha sido y será mi mayor ídolo en esta vida. Lo cierto es que yo empecé en esto de la fotografía sin pensarlo mucho. Era la típica amiga de la cámara, pero de que me quise dar cuenta me propusieron entrar a colaborar en un medio profesional en 2017 y desde ahí he pasado de ser esa amiga de la cámara a evolucionar y coinvertirme en lo que conocéis ahora.
Apasionada de la música en todos sus géneros y amante de la lectura y los conciertos, aunque mi verdadera profesión no tenga nada que ver con todo esto.
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