70/100
7 de noviembre de 2025
Clouds Hill
Podemos olvidarnos completamente de los Kadavar que vimos nacer en su Alemania natal, concretamente en Berlín. Ya en su anterior entrega I just Want to Be a Sound la metamorfosis estaba hecha y sabíamos que no iba a haber vuelta atrás. Su evolución sónica avanza y ha llevado al cuarteto a ser otra banda bastante distinta de lo que fueron. Y es curioso… porque a veces criticamos a Sabaton que hagan siempre lo mismo, y con Kadavar nos quejamos de que no sean la banda que eran. Si lo pensamos bien… es todo un sinsentido. El resumen es que intentan recuperar los riffs primigenios, pero perdidos en el cosmos, la saturación de sonido y los efectos siderales.
Todo empieza con “Lies”, un muy buen tema en su nuevo estilo y en el que los riffs Sabbathianos empiezan, pero la producción onírica y esa batería tan tratada, además de los tratamientos fuzz la llevan hacia un ejercicio de ocultismo light cargado de teclados y efectos, que tienen su gracia. Ecos, loops y una lanza rota a favor de Lupus a las voces. Atención a ese final eléctrico con solazo del mismo Lupus. En terrenos más happies y festivos está “Heartache”, que vuelve a tener calidad, pero… en la que veo que un poco, el grupo se ha influenciado especialmente por King Gizzard and the Lizard Wizard. Y es de lo mejor del disco, la verdad. Incluyen palmas y vientos galácticos en un tema que esperemos que esté en sus próximos directos.
“Explosions in the Sky” tiene un punto más sideral si cabe y hay retazos de Pink Floyd, pero también hay un intento de marcar personalidad y de hacer algo bastante propio. Es como si “orquestaran” su propuesta con 8 BITS de Sega con una capa de fuzz. El tema es que el grupo está especialmente cómodo y ahonda en la propuesta, que cuesta viniendo de dónde vienen, pero que tiene calidad. Incluyen una breve pieza de enlace con un despegue para sorprender con la programación de “Stick It”. Me parece una canción espectacular en su sencillez y en esos aires de retro rock que conectan en la línea vocal con Ghost de una forma exquisita. Estribillo de manual y saturación de sonido en un futuro himno de su nueva etapa.
En “You Me Apocalypse” hay algo de petardeo y mucho de King Gizzard. La presencia del nuevo miembro Jascha Kreft es absoluta y la nueva orientación les puede. El gran “Tiger” Bartlet a la batería me parece que está algo desaprovechado entre tanto efecto, pero su pulso es más que meritorio. Reposa por momentos el tema con el bajo de Dragon, pero es como si la cosa no terminara de despegar… Y es que el sonido general, hay momentos que termina acercándose a cuando los Beatles les dio por experimentar con el sitar.
“The Children” tiene un avance firme y Ghost volverá a estar presente. Tema muy directo y oscuro, con reminiscencias de Temples y un aura inquietante. Los juegos con los coros son realmente trabajados y los efectos toman la canción para no dejarla. Hay esa batería a contratiempo, y por momentos, hay el espíritu primigenio, pero vestido todo por su nueva orientación musical. Pero el grupo deja para el final los temas más extensos para reafirmarse bien en lo perpetrado. “K.A.D.A.V.A.R” es un viaje etéreo sin retorno: un abrazo al cosmos y sin billete de vuelta. Festival de efectos y programación con un mantra en forma de deletreo de las letras. Pero sin la gracia que tenían Faith No More. Festival hipnótico de Wah Wahs.
Terminan el disco con la que, muy posiblemente sea la mejor canción del mismo: “Total Annihilation” y básicamente porque supone un puente evidente entre pasado y presente. Tiger hace unos breaks alucinantes y el grupo le mete la quinta y suenan agresivos y poco poperos por mucho que el sonido general sea el de todo el disco (y el del anterior). Aquelarre sónico con pausas y mucho minutaje para el disfrute. Tecnología buscada y ese instinto primario del que siempre hicieron gala se unen para un tema especialmente hímnico y que es capaz de convencerte de que el paso adelante es en la buena dirección.
En K.A.D.A.V.A.R hay capas de saturación, un festival de lo etéreo y una apuesta clara hacia unos horizontes que beben especialmente de King Gizzard and the Lizard Wizard, pero de una parte de los australianos, porque ellos no se van a encorsetar en nada. Hay la voluntad firme de buscar personalidad y un sonido propio que incluye la onda cósmica a la vez que intenta recuperar los riffs primigenios de sus inicios, todo en manos del productor Max Rieger, que puede gustar o no, pero consigue que suenen como nadie suena, más allá de la comparación que ya he citado.


Licenciado en INEF y Humanidades, redactor en Popular 1, miembro fundador de TheMetalCircus y exredactor en webs y revistas como Metal Hammer, Batería Total, Guitarra Total y Science of Noise. Escribió el libro «Shock Rock: Sexo, violencia y teatro». Coleccionista de discos, películas y libros. Abierto de mente hacia la música y todas sus formas, pero con especial predilección por todas las ramas del rock. Disfruto también con el mero hecho de escribir.
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