Los Sirex barren con su escoba el paso del tiempo en el Apolo

Los Sirex

Sala Apolo, Barcelona

7 de noviembre de 2025

Redacción: Markceröck

Fotos: Markceröck

Organiza: A Wamba Buluba

 Hay noches que sabes, desde el momento en que cruzas la puerta, que se convertirán en recuerdos fundamentales. La noche en que Los Sirex rugieron en la Sala Apolo de Barcelona fue una de ellas. Al entrar, sentí esa brisa densa y eléctrica de la historia; no estábamos solo en un concierto, estábamos en una cápsula del tiempo. Hablo de una banda que nació hace la friolera de sesenta y seis años, y esa longevidad se respira en el ambiente, exigiendo respeto, casi una humilde reverencia.

 

El público era tan fascinante como la banda: desde boomers con camisetas desgastadas de la época hasta jóvenes que habían descubierto estos himnos a través de sus padres o por el puro espíritu del garage rock. Me sentí inmediatamente parte de esta familia heterogénea, unida por la banda sonora de la inconformidad. Este era mi ritual, mi peregrinación.

 

 

Cuando las luces se atenuaron, la expectación se podía cortar con una púa de guitarra. Los Sirex salieron y, tras una instrumental potente que sirvió de descarga inicial, el foco se posó sobre él: Antoni Miquel, «Leslie». Su entrada fue recibida con una ovación que me erizó el vello, un torrente de cariño acumulado por décadas.

 

Leslie nos saludó y, con ese tono socarrón y familiar, lanzó el primer dardo nostálgico: «Quiero que lo pases bien». En mi mente, no pude evitar imaginar la Gran Vía de los años 60, con estos chicos imitando a Elvis y a los pioneros americanos. La noche siguió con la dulce amargura de «Tus celos». El recuerdo de los años jóvenes, con el cuero, el tupé y la revolución del rock and roll, flotaba en el aire como una promesa.

 

 

El quinteto demostró que los años no han erosionado la calidad. Hicieron un repaso contundente con «Maldigo mi destino» y la frescura yeyé de «Presumida». Me impresionó la limpieza de las guitarras y la base rítmica, sólida como el acero. La voz de Leslie, aunque marcada por el tiempo, conservaba esa pizca de rebeldía y ese vibrato característico que definió a toda una generación. El sonido era fiel al original, pero con la potencia amplificada de un show actual.

 

El concierto alcanzó su primer pico emocional cuando se produjo una demostración de conexión intergeneracional que me hizo aplaudir hasta que me ardieron las manos. Invitaron a Santi Carulla, el legendario cantante de Los Mustang. Ver a dos titanes del rock español de los 60 compartir escenario, fusionando sus historias, fue un momento mágico e histórico. Juntos, interpretaron «Los mejores años de nuestra vida». La mezcla del sonido clásico de Los Sirex con el rockabilly contemporáneo que aportó Carullafue una inyección de pura vitalidad. Fue la prueba de que el género que tanto amamos sigue vivo, latiendo con fuerza, y que la hermandad entre los pioneros es inquebrantable.

 

 

A partir de ahí, la noche se convirtió en una fiesta de baile incontenible. El medley que encadenó «El tranvía»,»Qué bueno, qué bueno», «Soy tremendo» y «Judy con disfraz» fue un torbellino de beats sesenteros. Yo, y toda la Apolo, nos movimos al unísono; era imposible resistirse a esa explosión de alegría rítmica.

 

La temperatura subió drásticamente, no solo por la música, sino por la carga histórica, cuando atacaron los himnos que les granjearon problemas y los catapultaron a la leyenda. Llegó «Que se mueran los feos». La canté con la garganta, con el corazón. Su letra, que en su momento fue un sutil pero firme desafío a las convenciones del régimen, se canta hoy como un himno atemporal a la diferencia y la autoaceptación. Sentí una comunión poderosa con el pasado y el presente a través de esa canción.

 

 

El concierto entró en su fase más rock and roll con un medley de clásicos iniciales como «Hello Marylou», «Estoy loco», «Mamá» y «Quiero entrar». Fue un torbellino, puro rock visceral y sin pulir.

 

El clímax de la sección de invitados fue la aparición de Agusri Buriel, en su alter ego de Augi Burr, el Elvis catalán. Su energía en el escenario era contagiosa. Juntos, desataron una furia controlada, atacando con la imprescindible «Yo grito» seguida de «Fuego». En ese momento, la Sala Apolo se transformó en un grito colectivo, una liberación. «Yo grito» es la prueba de que aquellas letras, que Los Sirex tuvieron el acierto de grabar, son la banda sonora de la inconformidad eterna y juvenil.

 

En el tramo final, el setlist nos regaló perlas más íntimas: «Esto si me altera el cuerpo», la dulzura de «Muchacha bonita» y la melancolía de «Sin tus cartas». Luego, Leslie nos dio una lección de perseverancia. Tomó el micrófono para interpretar «Resistiré». Fue una elección potentísima. Resuena con la propia historia de Los Sirex: han resistido el paso del tiempo, los cambios de formación y los desafíos de la industria con la frente alta.

 

 

Otro instante conmovedor se vivió con la presencia de Lorenzo Santamaría (líder del grupo mallorquín Z-66). Esta aparición marcó el tono festivo, llevándonos a los orígenes más clubber con «San Carlos Club», su versión castellanizada de «Route 66» de Chuck Berry. Era un recordatorio de que, antes de ser himnos masivos, eran música para bailar y vivir la noche.

 

El remate final fue la apoteosis absoluta. La sala estalló con los riffs de «Lucille». Pero el momento que todos esperábamos, el verdadero punto álgido, llegó con «La escoba». En cuanto sonó el primer acorde, toda la Apolo se convirtió en un coro masivo. Yo estaba extasiado. La canción, una pieza capital en la historia del rock español, se celebraba como un tesoro nacional, un legado.

 

 

Cerraron con «El tren de la costa», dejándonos exhaustos y completamente felices. Los Sirex salieron del escenario, pero la ovación fue tan atronadora, tan sincera, que regresaron para un merecido bis. El broche de oro llegó con un simbólico y sentido «Brindis», que selló una noche de música, historia, y una vitalidad incombustible que sentí en cada fibra.

 

Los Sirex, el grupo que le debe su nombre al hilo de ajuste de unas gafas, demostró esa noche que su música es, precisamente, el hilo que ajusta y da forma al rock en español. A sus sesenta y seis años, están aún en activo y con suficiente energía para tonar a subir al escenario, y yo, un emocionado testigo, solo puedo esperar la próxima vez.

 


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