Lecturas universales: «Las Gratitudes» de Delphine de Vigan

Las Gratitudes

Delphine de Vigan

Editorial Anagrama

 

En Las gratitudes, Delphine de Vigan nos invita a entrar en el ocaso de la vida de Michka, una mujer mayor cuya mente sigue encendida pero cuyas palabras empiezan a escaparse como si jugaran a escondite. La afasia avanza, y con ella la sensación de que el tiempo —ese bromista puntual que jamás se retrasa— se vuelve más estrecho, más urgente. La novela explora justamente ese momento en que la vida obliga a mirar hacia atrás, a poner orden en lo que queda pendiente y, sobre todo, a agradecer lo que realmente marcó un antes y un después.

 

Aquí es donde la compañía cobra un valor incalculable. Marie, casi una hija para Michka, le ofrece un tipo de presencia que va más allá de las visitas: le da estabilidad, calor, memoria compartida. En su relación se refleja cómo la familia no siempre es biológica; a veces es elegida, tejida a base de cariño, respeto y tiempo compartido. Marie encarna esa figura que sostiene cuando el mundo se empequeñece y las palabras no salen. Y, dicho sea de paso, lo hace sin solemnidades: con ternura, con paciencia y con esa resistencia emocional que solo aparece cuando quieres de verdad a alguien.

 

Jérôme, el logopeda, aporta otra clase de compañía: la profesional, claro, pero también la humana. Tiene la habilidad de tratar a Michka con dignidad incluso cuando el lenguaje se rompe, convirtiéndose en puente entre lo que ella quiere decir y lo que ya no puede verbalizar. Su presencia reafirma que acompañar a alguien en un proceso de pérdida es, en sí mismo, un acto de amor tan discreto como inmenso.

 

El tiempo, en la novela, funciona como enemigo y como aliado. Enemigo porque se lleva las palabras y el cuerpo; aliado porque permite que los lazos se fortalezcan, que los silencios hablen, que la gratitud —esa que Michka siente que debe— por fin se exprese. La búsqueda de un antiguo matrimonio que la ayudó durante la guerra es el motor emocional de la historia, un recordatorio de que los actos de bondad pueden tardar décadas en encontrar respuesta, pero jamás se olvidan.

 

De Vigan escribe con delicadeza pero sin anestesia: muestra cómo en la vejez la identidad puede temblar, pero también cómo la compañía familiar —real o escogida— puede convertir ese tramo final en un espacio de dignidad. Las gratitudes no pretende endulzar el final de la vida, pero sí iluminarlo, señalando lo que permanece incluso cuando el lenguaje se borra: la memoria afectiva, el agradecimiento y el simple hecho de no estar solo.

 

En definitiva, es una novela que nos recuerda que decir “gracias” puede llevar toda una vida, y que hacerlo a tiempo —acompañados— es un acto tan humano como necesario. Y sí, prepara un pañuelo: de Vigan no falla.


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