Enésima demostración de Iron Maiden en un Madrid entregado

Iron Maiden + Avatar

5 de julio de 2025 –Estadio Riyadh Air– Madrid

Madness Live!

Fotos: Facebook Madness Live!

Crónica: Jordy Stanley

El pasado sábado 5 de julio se vivió en Madrid uno de los momentos más esperados del calendario musical de este año, o incluso del último bienio. Muchos de los asistentes habían adquirido sus entradas allá por septiembre de 2024, tan pronto como se pusieron a la venta, lo que da una idea del nivel de expectación. La cita: Iron Maiden en directo en el Estadio Metropolitano, rebautizado recientemente como Estadio Riyadh Air.

 

Ya desde las seis de la tarde los alrededores eran un hervidero de camisetas negras, gorras, tatuajes, cervezas frías y muchas, muchas camisetas de Eddie. Y cómo no, los clásicos de Maiden retumbaban por doquier: «The Number of the Beast» por un lado, «Flight of Icarus» por el otro. Lo que se respiraba era puro fervor metalero.

 

Accedimos al recinto puntualmente, en torno a las 19:00, con tiempo suficiente para encontrar nuestros asientos y tomar el pulso al ambiente mientras esperábamos a Avatar, los encargados de abrir la velada. Los suecos ofrecieron un show breve, de unos 45 minutos, con su característico enfoque teatral y potente, aunque no todos parecían convencidos.

 

 

¿Avatar como teloneros de Maiden? Habrá quien vea en ello una apuesta interesante, pero para otros, esa mezcla puede recordar más a una ensalada de frutas con morcilla. En mi caso, me debatía entre la curiosidad y la nostalgia. ¿Será que me estoy haciendo mayor para estas propuestas más modernas?

 

Iron Maiden con un set list espectacular

A las 20:50, con la puntualidad que caracteriza a los grandes, el estadio rugió cuando empezó a sonar “Doctor Doctor” de UFO por los altavoces. Ese aviso inequívoco de que el espectáculo está a punto de comenzar hizo que los rezagados apuraran la entrada. Entonces, como una tromba sonora, estalló “The Ides of March” y se abrió la caja de los truenos. “Murders in the Rue Morgue”, “Wrathchild” y “Killers”, acompañados por la irrupción de Eddie en escena, hicieron que la piel se erizara. Era imposible no emocionarse: estábamos viendo a los putos Maiden, y eso, sencillamente, es sagrado.

 

Ahora bien, no todo fue perfecto. El sonido, especialmente en los primeros temas, dejó bastante que desear. Como fan de Maiden de toda la vida —alguien que se sabe de memoria cada tema— hubo momentos en los que la reverberación era tal que me costaba situarme dentro de la canción. Desde la pista decían que la cosa mejoraba, pero desde nuestra posición era complicado. Curiosamente, con el mismo equipo, en Barcelona, en 2023, sonaron impecables. Misterios de la acústica.

 

 

Dicho esto, la banda sonaba unida, potente. La incorporación de Simon Dawson a la batería ha sido un soplo de aire fresco, sobre todo tras un Nicko McBrain que, aunque leyenda absoluta, mostraba ya señales de fatiga en los últimos años. Poco a poco, el sonido fue corrigiéndose, y los solos empezaron a dibujarse con claridad, igual que la voz de Bruce, que, aunque algo más contenida, seguía siendo reconocible, potente y carismática. El repertorio fue un auténtico festival de clásicos, con perlas como “Phantom of the Opera”, “Powerslave” o “Rime of the Ancient Mariner”, que transportaron al público a los tiempos dorados de la banda.

 

Una de las grandes novedades fue la incorporación —finalmente— de pantallas digitales al espectáculo. En giras pasadas, los cambios de escenografía se hacían mediante telones y cortinas, pero esta vez Maiden se rindió a la tecnología. ¡Y qué acierto! Las animaciones y proyecciones dieron una nueva dimensión al show, elevando la puesta en escena a niveles casi cinematográficos. El Eddie faraón, las tormentas oceánicas en plena “Mariner” o el Eddie lobotomizado fueron momentos visuales memorables. ¿Se echan de menos los hinchables y aquel encanto más artesanal? Puede ser, por pura nostalgia. Pero no cabe duda de que esta evolución ha sido un paso adelante.

 

 

En lo musical, el grupo demostró estar en plena forma. Bruce Dickinson, aunque ya no vuela por el escenario como en los ochenta, sigue siendo un frontman impresionante, capaz de mantener al público en vilo y de interpretar los temas con una fuerza admirable. Las tres guitarras —Dave Murray, Adrian Smith y Janick Gers— funcionaron como una máquina perfectamente engrasada, intercambiándose solos y armonías con absoluta precisión. Steve Harris, cómo no, volvió a ser ese pilar fundamental que sostiene a la banda desde sus entrañas. Y Dawson, sin alardes innecesarios, aportó pegada, claridad y frescura.

 

Hubo momentos en los que era inevitable pensar en la gira del “World Slavery Tour,” tanto por el setlist como por la energía que transmitían. Era como si hubieran recuperado parte de ese vigor de mediados de los ochenta que tantos echábamos de menos. El público, por su parte, estuvo entregado desde el primer minuto hasta el último. Cantando, gritando, saltando. El estadio vibraba como un solo cuerpo al ritmo de la Doncella de Hierro. Y no era para menos: la banda había decidido sacar toda su artillería pesada, y lo hacía con convicción y contundencia.

 

Si hay que ponerle un “pero” al repertorio, quizás sea la ausencia total de canciones del No Prayer for the Dying. Temas como “Tailgunner” o “Bring Your Daughter… to the Slaughter” habrían encajado sin problema con los clásicos de la primera época, e incluso habrían aportado algo de variedad. Pero esto es ya cuestión de gustos, y cuando el resto del concierto ha sido tan redondo, cuesta reprochar nada.

 

 

Al final, la sensación era clara: Iron Maiden siguen siendo una institución, un fenómeno cultural más allá de la música. Fueron, tocaron y conquistaron Madrid. Bruce, en uno de sus discursos, aseguró que volverán. Y ojalá sea cierto. Pero si puede ser, que la próxima vez lo hagan en un recinto con mejor acústica, porque la música lo merece.

 

Lo del sábado no fue solo un concierto. Fue una ceremonia. 55.000 almas unidas por la pasión, por el legado, por el fuego sagrado del heavy metal. Quien diga que el género está muerto, debería haber estado allí. Porque lo que vivimos fue algo auténtico, arrollador y profundamente emocionante. Un acto de fe. Una celebración de todo lo que hace grande al Ruock En Ruoll.

 


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