Rock Imperium
29 de junio de 2025 – Parque El Batel – Cartagena
Madness Live!
Fotos: Tigran Grigorian
Crónica: Equipo Stairway to Rock
Y despedimos el Rock Imperium de Cartagena con “el alma destrozada y arena en el corazón”, que dirían unos ciudadanos célebres de la ciudad murciana. Lo que ya pedimos perdón porque no nos daba la vida para llegar en las horas de sol de los primeros conciertos. Vimos lo que vimos y cubrimos lo que pudimos.
Lo que sí quedó claro viendo la mucha gente que estuvo en todas las jornadas es que el Imperium lució como festival, que la gente acudió y que compitió con otros festivales que se celebraron en la misma semana. Obviamente el show de Lindemann pasa a la historia del festi, pero hubo un cartel espectacular…
Municipal Waste: el thrash de Virginia es tan global como el malgasto municipal
No hubo tiempo para saludos, los norteamericanos Municipal Waste salieron desde el primer minuto a descargar toda su furia y rabia contenida. La banda liderada por Ryan Waste se puso el mono de trabajo y tocaron una canción tras de otra sin descanso. La temprana «Wave of Death» con un gran ritmo pegadizo a lo Anthrax, la electrizante «High Speed Steel» o con un público entregado en «Sadistic Magician» fueron temas que no podían faltar a la cita con constantes circle pits entre los asistentes del evento. Siguieron directos al grano para hacernos pasar un buen rato con «Breathe Grease»,
«Poison the Preacher», «Grave Dive» o «Slime and Punishment». Tampoco se olvidaron de ofrecernos grandes dosis de humor y violencia en «The Thrashin’ of the Christ» o el unísono coro de «You’re Cut Off”. ¿Qué podíamos pedir más? Cerveza, ambiente thrashero, headbanging, balones de playa y un Tony Foresta entregado que no dudó de bajar del escenario para darse una ducha con la manguera mientras el público le hacía redobles a su panza. Remataron la faena con «Demoralized» y «The Art of Partying».
Show corto pero intenso, en definitiva, el despliegue potencial que cualquier Thrasher quiere experimentar.
D-A-D demuestran músculo… y culo
La baja de Cattle Decapitation hizo que los daneses D-A-D pudieran ofrecer un show mucho más largo y que pudiesen desplegar todos sus juegos de directo (que son muchos) y variados. Tras una intro operística y ampulosa saltaron a escena a por “Jihad”, con Laust Sonne luciendo camisa abierta tras los parches, los imposibles bajos de dos cuerdas de Stig y el carisma hecho persona de los hermanos Binzer. “1st, 2nd and 3rd” y “Girl Nation” no faltaron a la cita. Y tocaron con un cartel con su logo y su nombre original completo: “Disneyland after Dark”: D-A-D.
Son sumamente especiales y su sonido hard rock con ecos western se ganó a la gente con la genial “Speed of Darkness”: un cruce imposible entre Tom Petty y afinaciones doom. Stig Pedersen estaba especialmente provocador y Laust lucía un groove total con su empuñadura de baquetas jazzística. Ya en la galopante “Riding with Sue” el bajista nos enseñó su culo de forma gratuita, pero estábamos más pendientes de sus bajos extravagantes. Sólo trajo dos, pero siempre enamoran. Y en “The Ghost” hay un temazo de su nuevo disco que va a quedar como clásico.
En “Everything Glows” Jesper desapareció y se encaramó en la valla para que cantásemos e hiciéramos el parabrisa con los brazos. Público ganado, pero había más truquitos de todo tipo… “Monster Philosophy se ha ganado su espacio en los repertorios y personalmente siempre agradezco el “Reconstrucdead” del disco Helpyourselfish. Gran final con “Bad Craziness” en la que hubo ese tramo instrumental en el que Laust hace un solo perfecto al estar integrado en la misma canción. Y la siempre mítica “Sleeping My Day Away” puso a cantar a toda Cartagena.
Con ellos nunca seré objetivo, pues es una de las bandas más especiales y diferentes que existen y existirán. Lo que también entiendo es que, para los que no les conocen, muchas de las canciones les parecerán muy similares. Stig volvió a enseñar sus nalgas contumazmente, pero nosotros ya estábamos felices: D-A-D se habían marcado un show completo. Como dijeron ellos al final del show: “gracias corazones”.
Soen le ponen LA clase al festival
Tal y como sucedió el día anterior, la organización nos colocó una gran banda de progresivo dentro de un océano de metal desgarrador. Soen entró sin hacer mucho ruido, como si estuviesen en su casa. Ataviado con una chaqueta de frac negra y roja, la elegancia de Joel Ekelöf traspasaba a su voz y a la música de la banda sueca con los primeros compases del concierto a cargo de “Sincere” y “Martyrs”.
Sonidos de ametralladoras acompañadas de un redoble militar de la batería introdujo “Memorial”, canción que da nombre a su último álbum. En ella se puede ver cómo han perfeccionado la fórmula que les ha lanzado a lo más alto en los últimos años, con partes lentas en mitad de la canción como preludio a un final épico.
Soen volvió a su disco Lotus con la gran “Lascivious”. Lars Åhlund, omnipresente en el escenario tocando guitarra, teclado y dando soporte a la voz con los coros, dio paso a “Unbreakable” con un solo de guitarra corto y vaporoso en el que Joel hizo cómplice al público cantando conjuntamente el estribillo.
Llegamos al ecuador del concierto con la potente “Deceiver” y unas sirenas antiaéreas nos alertan de que el avión de Soen va a desplegar la monumental “Monarch”. A continuación, Lars se enfundó el papel de teclista para introducir la emotiva “Illusion” a la que le siguió una de sus canciones con más fuerza y garra, “Modesty”.
El batería uruguayo y líder Martín López agradeció al público su apoyo para encauzar el tramo final del concierto con “Lotus”, la cual finalizó con un solo épico a cargo de Cody Lee Ford. Al grito de “fire up your guns” Soen descargó toda su artillería con “Antagonist” y aún tuvieron energía para sacar la rabia de “Violence”, el single del último álbum, y cerrar el concierto con un público queriendo más pero satisfechos con la hora vivida con esta banda de PROG con mayúsculas.
In Flames hacen honor a su nombre y se marcan un bolazo
Otra de las bandas imprescindibles para servidira en este festival eran los suecos In Flames. Son el grupo favorito de mi chico, así que me han acompañado durante buena parte de mi vida. A lo largo de su discografía, han experimentado una notable evolución, marcada tanto por una búsqueda artística como por la adaptación a nuevas corrientes dentro del metal.
Desde el death metal melódico puro de Lunar Strain, fueron desarrollando un sonido más accesible hacia principios de los 2000, con Clayman (probablemente mi favorito, aunque entre los redactores también hay quien se inclina por Whoracle). Más adelante, comenzaron a fusionar su estilo con elementos del metalcore, etapa con la que más conecto personalmente y que he vivido con más intensidad.
Sin embargo, todas sus fases tienen auténticas joyas, y esta visita a Cartagena fue un auténtico repaso a toda su trayectoria. Como era de esperar, su último trabajo de estudio, Foregone, fue el gran protagonista del setlist, con hasta cuatro temas incluidos.
Salieron al escenario con sobriedad, arropados por una enorme bandera que ocupaba todo el fondo, y apenas unas luces blancas tenues que proyectaban desde el fondo hacia el público. «Pinball Map» fue la encargada de abrir el concierto, encendiendo al público desde el primer momento. Luego llegaron temas como «Deliver Us» o «In the Dark». Agradezco especialmente que los problemas de ecualización se resolvieran con rapidez, ya que en algunos conciertos cuesta ajustar los bajos. Aquí, por suerte, apenas se notó.
Personalmente, prefiero los temas en los que Anders combina registros melódicos con guturales, en lugar de los completamente agresivos. Por eso, canciones como «Voices» o la más reciente «Foregone Pt. 1» me resultan una delicia. El repertorio estuvo muy bien escogido, incluyendo piezas que tocan la fibra y perduran en el tiempo, como «Coerced Coexistence» o la magnífica «Cloud Connected».
«Only for the Weak» fue uno de los momentos álgidos de la noche: uno de esos himnos que consiguen que miles de personas salten y canten al unísono. No son una banda que se prodigue demasiado por España, aunque intentan visitarnos cada dos o tres años. No sé si fue impresión mía, pero vi a Anders especialmente sensible en un discurso dirigido al público, donde agradeció sinceramente el cariño recibido por parte de la audiencia española a lo largo de su carrera.
En lo musical, están en un momento brillante. Björn Gelotte sobresalió al hacerse cargo de los riffs más característicos del grupo. Aunque cedió algún solo a Chris Broderick, fue él quien lideró claramente en la parte guitarrera. El resto de la banda cumplió con solidez, tocando sin errores, aunque sin asumir un protagonismo especial. Sonaron hasta 17 temas, cerrando el concierto con clásicos como «I Am Above», «Take This Life» y «My Sweet Shadow».
Fue un concierto muy sólido, con un sonido impecable tanto a nivel instrumental como vocal. No conecté con todos los temas —algo que supongo es una cuestión personal—, pero fue la segunda vez que los vi en directo y tengo claro que repetiré siempre que tenga oportunidad. Una lástima que el público de Cartagena no respondiera como se merecían, ya que la asistencia fue bastante reducida. Es cierto que el cartel era de corte más clásico y, probablemente, pocos asistentes eran realmente seguidores de las propuestas más extremas.
Till Lindemann: No necesita fuego para hacernos arder (y asquearnos)
No soy una gran seguidora de la carrera en solitario de Till Lindemann, más allá de los impactantes videoclips que protagoniza el líder de Rammstein. Y es que la frase que más repetí durante el concierto fue: «no sé por qué, pero no puedo dejar de mirar«. Ingenuo quien no reconozca que Till Lindemann es un auténtico genio, aunque sus creaciones y desvaríos rocen lo grotesco y despierten una mezcla de repulsión y fascinación.
Ha tardado en impulsar este proyecto personal, pero el sueño de ese loco finalmente se ha materializado, alcanzando incluso puestos destacados como cabeza de cartel en festivales. Aun así, es evidente que no tiene el mismo tirón que con su banda principal: pasar de llenar estadios como el Wanda o el O2 Arena a un recinto que, aunque con buena asistencia en la jornada de ayer, no logró colmar su capacidad.
«Zunge» abrió el espectáculo y nos presentó a un Till Lindemann vestido con un traje rojo de estética militar, adornado con hebillas y un maquillaje negro bastante tétrico. La banda apareció en un escenario completamente teñido de rojo. Aunque su presencia ayudaba a la escenografía, musicalmente no sobresalieron demasiado. Aun así, la teclista Ali Zuchowski se enfrentó al reto de tocar un teclado oscilante —hasta el punto de que a veces no sabíamos si realmente estaba interpretando—, además de asumir otros roles, como el de bailarina en una barra de striptease. Dos guitarristas, mujeres con poca ropa vestidas íntegramente de rojo, y Danny Lohner al bajo completaban el grupo.
Llamó la atención un grupo de chicas y chicos situados a la izquierda del escenario, observando la actuación desde allí. ¿Serían parte del espectáculo? ¿Una audiencia seleccionada? Muchos de los temas estuvieron acompañados de imágenes provocadoras, como mujeres desnudas montando toros mecánicos en «Fat», o secuencias de mujeres comiendo hasta el exceso. Till adoptó posturas y expresiones faciales inquietantes, que nos hacían preguntarnos si estaba actuando… porque lo hace realmente bien.
Uno de los momentos más emotivos de la noche fue la versión de «Entre dos tierras» de Héroes del Silencio, una de las pocas adaptaciones que Lindemann ha hecho en su carrera. Desde nuestra perspectiva como público español, fue un instante cargado de emoción, y la audiencia no tardó en unirse para corearla. Fue el único número del show que no se acompañó de imágenes explícitas ni de su habitual irreverencia; se centró únicamente en cantar con ese registro grave tan característico, que sonó especialmente bien durante todo el evento.
Cuando parecía que nada podía superar lo anterior, llegó uno de los momentos más extremos de la noche. El público, expectante, recibió tartazos en la cara por parte de Till, quien además disparó pescado con lo que parecía un bazoka hacia los asistentes. Pero no teman: antes de lanzarlo, él mismo lo probó, y pudimos verlo en escena con su característica expresión demente, mordiendo un pez.
Otro personaje clave fue el batería, que apareció con una máscara y pechos postizos, y centró su número en hacerlos rebotar, mostrar el trasero y extraer lo que parecían tampones de su parte trasera, que, por supuesto, también fueron arrojados al público. Todo esto ocurrió —cómo no— durante la canción «Fish On».
Till Lindemann no se achica ante nada. Ya desatado, se bajó del escenario para interpretar un tema mientras se paseaba entre el público. La seguridad fue intensa, pero fue un gesto significativo: el frontman reconoce a su audiencia y es capaz de mezclarse con ella.
Desde luego, no fue un concierto convencional. Entre quienes lo presenciaron, quedó claro que solo caben dos opiniones: o lo amas, o lo detestas. Pero lo que es indudable es que Till Lindemann nos ofreció una lección de provocación, de arte como medio de transgresión, y de un shock rock show digno de cualquier gran festival.

Nanotecnóloga y química de formación y amante de la música como pasión. Me gusta la música en todas sus vertientes. Empecé tocando el violín y de la música clásica pasé al rock y al metal (mis primeras bandas fueron AC/DC y Mägo de Oz, por supuesto). No tengo muchas bandas predilectas, aunque Rulo siempre encabeza el podio. Helloween, Volbeat o Greta Van Fleet le siguen de cerca. Mis gustos han cambiado a lo largo de los años pero siempre abierta de mente, así que le doy al hard rock, al power, al death metal (melódico) y a todo lo que me haga descubrir cosas nuevas o me sepa impresionar.
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