PARKWAY DRIVE + Thy art is Murder + The Amity Affliction
2 de Noviembre de 2025
Sant Jordi Club, Barcelona
Fotografía: Irene Kilmister
Redacción: Marc Fernandez
Decir que había mucha expectación para el concierto de Parkway Drive en Barcelona es como decir que en Zimbabwe la inflación solo fue un poco alta. Las redes sociales estaban inundadas de escenarios que eran puras llamaradas, de audiencias absolutamente entregadas y de una banda alardeando de un pletórico estado de forma, cultivando la idea que el show de los australianos había de ser uno de los grandes conciertos del año.
Para cubrirlo estaba nada más y nada menos que un servidor, vuestro Paco favorito, que en busca de nuevas experiencias y estímulos visuales que los dinosaurios de siempre ya no pueden ofrecer, se embarcó en una peligrosa expedición al abrasador corazón del metal moderno
The Amity Affliction, un rol nunca sencillo
Tras un cambio de horarios provocado por el partido del Barça que se estaba disputando al lado, The Amity Affliction salieron al escenario con puntualidad británica, disponiendo de unos 40 minutos para quitarle las telarañas al Sant Jordi Club al ritmo de “Pittsburg”.
Quizás soy demasiado Paco para este género o quizás carezco de cierta sensibilidad artística, pero me sorprendió como el grupo pasaba de la brutalidad más absoluta a secciones melódicas que habría esperado más en un concierto de Katy Perry, hilvanando en el proceso un concierto de contrastes que cuajó muy bien entre un público que comenzó algo pasivo, con la típica actitud de domingo por la noche.
La banda empujó al público a hacer el primer pogo de la noche con la cañera “All My Friends Are Dead”, y desde ahí sacaron adelante el resto de su actuación con algo más de actividad en la pista. Al final del día es muy difícil ser el telonero de un grupo que trae toda la parafernalia que Parkway Drive arrastra a sus giras, pero The Amity Affliction logró despertar la violencia a base de puro riff demoledor y wall of death sin piedad.
Para cuándo sonó “Soak Me In Bleach”, ya podían verse varios seres cubiertos en tatuajes y dilatas volando por los aires, dándonos un anticipo de la locura que estaba por venir.

Thy Art Is Murder, la vieja confiable
Thy Art Is Murder son siempre un seguro si lo que quieres en tu velada son 45 minutos de brutalidad sin paliativos, la clase de aperitivo ideal para preceder a un show como el de Parkway Drive. La atronadora “Blood Throne” cayó sobre la sala como una avalancha, desgranando lo que ellos se refirieron como un “metalcore sandwich”, practicando un estilo que aunque más brutal y técnico no desentonó.
Tyler Miller estuvo constantemente pidiendo pogos por toda la sala, lo que sumado a un resultón juego de luces en su retaguardia, le dio a Thy Art Is Murder una presencia y poderío sobre el escenario más propio de un señor cabeza de cartel.
Aunque brutal, el concierto se sintió algo plano y repetitivo, pese al carisma de la banda y a su impecable ejecución, pese a que hubo un pogo especialmente violento cuándo el despiadado blast beat de “Keres” hizo trizas los cimientos del Sant Jordi Club.
“Puppet Master” y su célebre riff fue la responsable de terminar la actuación, logrando unos máximos absolutos de entrega y dejando a la sala caliente para que el infierno se desatara.

Parkway Drive desatan el infierno
De base ya sabes que tu concierto va a ser legendario cuándo el público canta “Bohemian Rhaposdy” como un himno más, pero cuándo aparte tu tema de inicio es “Carrion”, surges de entre el público como si más que un músico fueras un boxeador y con todo el público haciéndote un pasillo, la piel de gallina que apareció en mi piel fue la rúbrica de que se hablaría por mucho tiempo de este 2 de noviembre.

“Prey” puso a saltar a todo el personal e hizo surgir pogos más grandes que la partida de pensiones en los presupuestos públicos, con la banda actuando confinada en los pequeños 5 metros frente al escenario sobre un fondo de pura oscuridad. Suele decirse de los grupos que llevan mucha producción que sin la misma no son nada, y ese instante de su actuación se me antojó como un mensaje directo a esta clase de comentarios, como si quisieran rememorar sus primeros conciertos en los pequeños pubs de Australia, cuándo toda la gloria estaba aún por conquistar.
Fue con “Glitch” que la banda dejó caer el backdrop de sus espaldas para revelar su impresionante puesta en escena, así como una cuadrilla de ninjas bailarines y las primeras llamaradas de la noche, que se hicieron especialmente presentes en “Sacred”, convirtiendo el escenario en el órgano excretor del que cena veinte alitas picantes.
Que hablando de llamitas…
Durante décadas los más eminentes científicos de la NASA han debatido la posibilidad de aterrizar una nave sobre la superficie del sol. Hay quiénes defienden que el calor y las elevadas temperaturas no existen, que son solo un constructo social diseñado por una élite malvada que solo ellos pueden ver y señalar. Por lo contrario, hay quiénes opinan que, acompañados de la música adecuada, no solo se puede aterrizar en el sol, sino que el mismo puede hacerlo en la tierra.
Ayer por la noche Parkway Drive demostró en Barcelona que los que tienen razón son los segundos. Si, hubo momentos de menos de pirotecnia y más de cantar como en la celebradísima “Vice Grip” o la cañera “Horizons”.

Cuatro Nàzguls salieron a protagonizar un ritual profano para desgranar una teatral “Cemetry Bloom”, que sirvió de prólogo para todo un clásico “The Void”, apropiadamente acompañada por unas columnas de chispas más altas que la deuda pública de un país occidental.
Un metro cuadrado de lluvia cayó sobre Winston a fin de que farmeara la suficiente aura como para encarar “Wishing Wells”, que empezó con agua y terminó con fuego, seguida de la aplastante “Dark Days” y sus riffs más pesados que un ciclista vegano.
Winston brotó de entre el público por sorpresa (aunque todos lo esperabamos) para asegurarse de que todo el mundo cantara la festiva melodía de “Idols and Anchors”, pero también para que se formara un sanguinario pogo con él como epicentro. Regresó al escenario manteado como el amigo que distrae a la amiga simpática para que puedas hablar con la 10/10, a la vez que sobre las tablas aparecía un trío de cuerdas que presentó “Chronos”, cuya enérgica melancolía equilibró un setlist que brilló tanto por su variedad musical como por su variopinta sarta de presentaciones en escena.

El trío aguantó aún un rato más, acompañando a la guitarra de Luke Killpatrick para presentar “Darker Still”, que sonó más grandilocuente que nunca, marcando el momento más oportuno para tomar a tu media naranja de la cintura y darle un señor morreo. Le siguió la enérgica “Bottom Feeder” y su importante recoedatorio de que aunque el sexo vainilla está bien, el Señor nos ha dado más orificios por algún motivo. El despliegue de pirotecnia y petardos fue digno de una producción de Spielberg, a la que le siguió unos instantes con menos luz que en un país socialista, augurando que se acercaba la tanda de bises.
Los bailarines regresaron para acompañar el solo de batería de Ben Gordon, que de pronto pasó a estar boca abajo en una plataforma giratoria que estalló en llamas con todo el escenario, augurando el absoluto infierno que fue “Crushed”, que no dejó un solo centímetro sin incendiar ni un solo gramo de pólvora sin utilizar. El tema también trajo el momento climático de la noche , con Winston elevándose sobre una plataforma que escupía llamas por todas sus esquinas, alzándose como un demonio triunfante sobre un infierno que nunca se había sentido tanto como el paraíso.
La banda hizo un amago de despedirse cuándo se aproximó al escenario para dar las gracias al público y a su crew, pero todos sabíamos qué es lo que faltaba: la pletórica “Wild Eyes”, que se aseguró que todos los asistentes llegaran afónicos al lunes al trabajo.

GALERIA DE FOTOS:
Mi nombre es Irene, y todo el mundo me conoce por mi apellido Kilmister adquirido por el que ha sido y será mi mayor ídolo en esta vida. Lo cierto es que yo empecé en esto de la fotografía sin pensarlo mucho. Era la típica amiga de la cámara, pero de que me quise dar cuenta me propusieron entrar a colaborar en un medio profesional en 2017 y desde ahí he pasado de ser esa amiga de la cámara a evolucionar y coinvertirme en lo que conocéis ahora.
Apasionada de la música en todos sus géneros y amante de la lectura y los conciertos, aunque mi verdadera profesión no tenga nada que ver con todo esto.
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