Crónica del Resurrection Fest, Día 4: «A Place Called Home»

 

28 de junio de 2025

Complejo deportivo de Lavandeiras (Viveiro)

Organiza: Bring The Noise

Redactor: Dr. Reifstein

 

 

El cuarto día del Resurrection Festival amaneció con un cielo nublado y una temperatura fresca, el regalo perfecto para disfrutar de una última jornada maratoniana de metal sin derretirse bajo el sol. Y vaya si se aprovechó: desde el caos energético de Aviana hasta el esperado show de Slipknot, el día fue una montaña rusa de emociones extremas. Y hablando de rusos,  los Russian Circle nos dieron una lección de intensidad instrumental en el Desert Stage, donde los de Chicago firmaron la actuación más hipnótica del día. En el Ritual, Zeal & Ardor nos llevó de la mano por un viaje espiritual entre cadenas, góspel y black metal, y en el Chaos, Walls of Jericho desató una tormenta de hardcore sin concesiones. Gran cierre de fiesta  para dejarse lo que quedaba de  voz, el alma y en algunos casos la dignidad. E hicimos las tres cosas con gusto.

 

 

Aunque nos fue imposible disfrutar de la escatología de Gutalax con sus inodoros portátiles, o del metalcore de Tetrarch, del estilo de los segundos sí tuvimos una dosis potente por parte de Aviana. Y qué dosis. El Main Stage tembló desde el primer momento con una banda que no necesita presentación, pero sí presencia. Joel Holmqvist, el alma y garganta de los de Gotemburgo, salió al escenario como si le fuera la vida en ello.

 

 

 

Mientras el resto de la banda se ocultaba tras sus máscaras, él se desnudó emocionalmente ante el público, escupiendo cada verso con una rabia que no parecía de este mundo. El sonido, brutalmente alto, sacrificó algo de definición en las guitarras, pero a cambio nos regaló una muralla sónica que empujaba al público a girar sin descanso en un circle pit que parecía no tener fin.

 

 

La conexión entre Holmqvist y el público fue pura electricidad, mientras que el resto de músicos (Death, Fear y Dark) no se limitaron a cumplir, generando esa sonoridad característica de la banda tan atmosférica y a veces incluso melódica, que rompía con  la crudeza dominante.

 

 

 

También contaron con la visita de los Resukids, que lejos de quedarse en un lado, invadieron el escenario al completo.  Una imagen que rompía con la estética oscura del show, pero que encajó a la perfección. Muestra de ello, que la banda los acogió con una sonrisa sincera. En definitiva, uno de los conciertos del día.

 

 

 

La caída de Crossfaith del cartel en medio de una gran polémica (nada que ver con la organización del festival) fue sustituida por los suecos Adept. Por mi parte opté por hacer un viaje al Desert Stage, donde Russian Circles ofrecieron algo más que un concierto: una experiencia sensorial. Los de Chicago demostraron ser maestros del paisaje sonoro, regalándonos una clase magistral de música instrumental que transformo al desierto en un oasis de sensaciones.

 

 

 

Su propuesta, una mezcla hipnótica de post-rock atmosférico (aunque salpican con ocasionales momentos de complejidad prog) se construye sobre una base rítmica inesperadamente protagonista. Porque no todo van a ser guitarras en los mundos del post-rock: Brian Cook al bajo se encargó de recordárnoslo.

 

 

Fue el quien se encargó de crear capas densas y envolventes con su bajo y, haciendo labores de multi-instrumentista, manipuló ágilmente pedales, sintetizadores y samplers. Un auténtico multitarea incansable, que generó atmósferas sonoras de mucha calidad sin despeinarse. Tras verlo, no me extraña que milite en otras dos formaciones a la vez (Sumac y Botch).

 

 

 

Los temas oscilaron entre lo sublime y lo abrasivo, alternando momentos de elevada contundencia con otros mucho más introspectivos y melódicos. En medio de esos contrastes, el público, formado por muchos fieles seguidores y recién llegados (entre los que yo me encontraba) quedó hipnotizado por la precisión milimétrica y la intensidad emocional de la banda.

 

 

En definitiva, una propuesta diferente,¡ pero muy recomendable, incluso si no eres gran seguidor del estilo, ya que los de Chicago son de los que rompen moldes. Personalmente, me quedo con su faceta más melódica, pero eso ya es cuestión de gustos.

 

 

 

Antes de ver a Slipknot (ya se respiraba en el ambiente esa electricidad previa, llena de tensión), tuvimos la suerte de presenciar casi al completo la actuación de Walls of Jericho, aunque con el pesar de perdernos a Vader. Mereció la pena, ya que presenciamos una lección de historia viva del género. 27 años de experiencia les avalan, así como su presencia en la legendaria primera edición del Resu, allá por 2006. De este modo, desde el minuto cero, nos regalaron una avalancha de riffs y actitud que se llevaron por delante todo el Chaos Stage.

 

 

 

La vocalista Candace Kucsulain fue puro músculo, rabia y carisma. Recordemos que fue una de las primeras mujeres en liderar una banda de metalcore con guturales potentes, rompiendo barreras de género en una escena dominada por hombres. Salió al escenario como una fuerza de la naturaleza. Su presencia lo llenó todo, rugiendo con una intensidad que parecía venir de otra dimensión. Mientras, el resto de la banda construía un muro sónico que no dejaba respiro.

 

 

Sonaron himnos como «A Trigger Full of Promises», «All Hail the Dead» y «Revival Never Goes Out of Style», a los que el público respondió como debía: con pogos salvajes, puños en alto y una entrega total. Y cuando llegó «The American Dream», el Chaos Stage se convirtió en un campo de batalla emocional. Circle pits, sudor y éxtasis metalcoriano en estado puro.

 

 

 

En el festival nacional donde el metalcore moderno tiene más presencia, Walls of Jericho recordaron a todos por qué están donde están. Porque si bien ellos no lo inventaron, pertenecen a esa segunda ola de bandas decisivas para afianzar el género. Nos dejaron claro  que ellos lo siguen sintiendo. Y recordad, cuando Candace grita… Respect!

 

 

 

Y llegó el momento que todos esperaban: Slipknot. La banda de Iowa, cabeza de cartel indiscutible y casi embajadora no oficial del festival, tenía todo ganado de antemano en Viveiro. El público estaba entregado antes del primer acorde, y la expectación era tan densa que se podía cortar con una navaja.

 

 

Como ya hicieron en el Rock Fest (donde, por cierto, convencieron solo a medias), abrieron con la intro del Coche Fantástico seguida de “742617000027” como segunda intro de la casa. Y entonces, sin respiro, estalló la guerra: «(sic)» enlazada directamente con «People = Shit», que convirtieron el Main Stage en un campo de batalla. El setlist fue un repaso contundente a su historia, con momentos de pura demolición como «The Heretic Anthem», y otros más coreables como «Psychosocial» (que sonó como un terremoto, impulsada por el poderío de Casagrande). «Duality» por su parte unió a miles de voces en un grito colectivo (cero sorpresas).

 

 

 

El caos sonoro (estilo Slipknot, o sea, caos bien) y el caos en la pista fueron absolutos, dignos de Iowa, con círculos constantes, crowd surfing y una energía que decaía en los parones que salpicaron el show de cuando en cuando. Y aquí está el punto a favor del público del Resu, ya que apenas acusaron esos momentos, hasta que llegó el extraño solo del DJ, que fue sin  duda el punto débil de la noche.

 

 

Fue un número, largo y desconectado del resto del show, que rompió el ritmo de una actuación que hasta entonces había sido una apisonadora. Predicción: no creo que lo incluyan en la próxima gira, porque no parece estar gustando mucho. Tampoco convenció el cierre con «Scissors», una elección que dejó al público descolocado y con la sensación de que faltaba algo más épico para cerrar una noche tan esperada.

 

 

 

Se echó en falta un gesto especial, algo que rompiera con el guion habitual de su gira, especialmente siendo la banda “oficial” de un Resurrection Fest que estaba de celebración. Aun así, lo hicieron muy bien. Como siempre. Tratándose de Slipknot, no es decir mucho. La banda sonó compacta, agresiva y precisa. Corey Taylor volvió a demostrar por qué es uno de los frontmen más carismáticos del metal, y regaló al público un emotivo discurso de agradecimiento. Fue el único momento realmente distinto respecto a otras fechas de la gira, pero bastó para arrancar una ovación sincera.

 

 

No dejaremos de mencionar a Eloy Casagrande, que debutó como batería de la banda en territorio gallego. Su brutalidad, técnica y pegada fueron uno de los grandes atractivos del concierto. Y aunque la ausencia de Clown por motivos familiares se notó en lo visual, el resto del grupo supo mantener el nivel escénico al que nos tienen acostumbrados. En resumen: Slipknot arrasó, pero no sorprendió. Y en una celebración como el XX Aniversario del Resurrection, quizás se esperaba algo más que un concierto más de la gira. No obstante, el idilio continua…

 

 

 

Aprovechando que la mayoría de asistentes estaban en el Main Stage, la organización aprovechó para anunciar las fechas del próximo Resu (1-4 de julio de 2026), con el consabido despliegue pirotécnico. No obstante, aún quedaba tela que cortar, y nos desplazamos al Ritual Stage para contemplar el show de Zeal & Ardor, que se vió beneficiado de una alta afluencia de público para el que el festival aún no había acabado.

 

 

 

Y vaya si lo hicieron bien. Porque si hay una banda que rompe moldes en el metal actual, siendo un contexto en el que parece que ya está todo inventado, esos son Zeal & Ardor. La propuesta de Manuel Gagneux es tan original como arriesgada: una fusión explosiva de black metal abrasivo con espirituales afroamericanos, blues oscuro y electrónica industrial. El resultado es un metal de vanguardia que suena como una pesadilla soul hipnótica, a la par que intensa y desgarradora.

 

 

 

Sobre el Ritual, la banda desplegó su propio «ritual» sonoro que atrapó desde el primer segundo. Gagneux, siempre contenido pero magnético, lideró una ceremonia en la que cada tema parecía invocar algo ancestral. El público, entregado, oscilaba entre el trance y la catarsis. Quizás sea una cuestión de gustos, pero personalmente pongo esta actuación a la altura de la de Slipknot. Son propuestas diametralmente opuestas, sí, pero ahí está la magia del Resurrection Fest: poder vivir ambas en el mismo espacio y en la misma noche.

 

 

Como balance, podemos decir que fue sin duda un día para recordar y una prueba más de por qué este festival es una cita obligada. El clima ayudó (la mejor edición que yo recuerde, si no te importa el sol excesivo de media tarde), el público respondió (de 10, siempre) y las bandas se dejaron el alma en el escenario. Quedó claro, una vez más, que cuando el Resurrection llama, el infierno responde… ¡a por el XXI!

 


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