Poquita Fe
Director: Robert Redford
Productora: Robert Redford y Patrick Markey
Año: 1992
Dónde ver: Movistar+, Filmin
El segundo proyecto de Robert Redford como director cinematográfico, tras su exitoso debut con Gente corriente (Ordinary People, 1980), fue El río de la vida (A River Runs Through It), una adaptación de la novela homónima de Norman Maclean publicada en 1976. En esta obra, Redford reafirma su particular manera de narrar: historias profundamente humanas, con grietas, dilemas morales y silencios cargados de significado. A través de su mirada, el director convierte un relato familiar en una meditación sobre la naturaleza, el tiempo y la imposibilidad de comprender por completo a quienes amamos.
Ambientada en el estado de Montana a comienzos del siglo XX, la película nos transporta a un territorio aún virgen, donde el ritmo de la vida está marcado por los ríos, las estaciones y el paso del sol. Ese entorno natural no es solo un escenario, sino un personaje más: el reflejo de una América rural que se desvanece, atrapada entre la tradición y los primeros signos de modernidad. Redford, profundamente vinculado a la preservación del paisaje y al espíritu del oeste estadounidense, filma con una sensibilidad ecológica y casi espiritual, invitando al espectador a contemplar la belleza como vía de conocimiento.
La historia sigue a los hermanos Norman y Paul Maclean, interpretados respectivamente por Craig Sheffer y un joven Brad Pitt en una de sus primeras interpretaciones estelares. Norman, el mayor, es responsable, reservado, guiado por las normas de su estricto padre presbiteriano (Tom Skerritt), mientras que Paul encarna la rebeldía, el carisma y la sed de libertad. La relación entre ambos se construye a través de la pesca con mosca, una práctica que se convierte en metáfora de la vida misma: un acto de paciencia, equilibrio y comunión con la naturaleza. La secuencia del río, con su ritmo hipnótico y su movimiento casi coreográfico, simboliza el paso del tiempo y la imposibilidad de retener lo efímero.
Brad Pitt brilla con un magnetismo natural que ya anticipaba la estrella en la que se convertiría pocos años después. Su personaje, Paul, combina encanto y autodestrucción, un espíritu libre atrapado entre la belleza de su entorno y la oscuridad interior. Sheffer, en contraste, ofrece una interpretación más contenida, casi académica, que refuerza el contraste entre ambos hermanos: la razón frente al instinto, la mesura frente al impulso. Tom Skerritt, como figura paterna, representa la autoridad moral y la incomunicación emocional, elementos que marcan el tono trágico del relato.
Óscar a la mejor fotografía en 1993
Uno de los grandes logros de El río de la vida es su fotografía, a cargo de Philippe Rousselot, que le valió el Óscar en 1993. Cada plano está compuesto con la precisión de una pintura impresionista: la luz del amanecer sobre el agua, el brillo del anzuelo en el aire, la textura de los bosques y montañas. Esa estética visual no es mero ornamento; es una metáfora de la memoria y la pérdida. La naturaleza se muestra indiferente al destino humano, pero al mismo tiempo ofrece consuelo, una promesa de continuidad más allá del dolor.
Redford logra un equilibrio admirable entre la contemplación poética y el drama íntimo. La narración en off, a cargo de un Norman adulto que recuerda su juventud, otorga al filme un tono elegíaco. No es solo la historia de dos hermanos, sino una reflexión sobre el paso del tiempo, la imposibilidad de comprender plenamente a los seres queridos y la certeza de que todo fluye, como el río que da título a la película.
El río de la vida es, en última instancia, una meditación sobre la belleza, la pérdida y la redención. Redford nos recuerda que la vida, como la pesca con mosca, requiere paciencia, ritmo y fe. La tragedia que se cierne sobre los personajes no destruye el recuerdo, sino que lo convierte en una corriente eterna que sigue fluyendo dentro de nosotros. En una época dominada por el ruido y la inmediatez, esta película sigue siendo un refugio de serenidad y profundidad, un canto visual y emocional a la conexión entre el ser humano y la naturaleza.
Nanotecnóloga y química de formación y amante de la música como pasión. Me gusta la música en todas sus vertientes. Empecé tocando el violín y de la música clásica pasé al rock y al metal (mis primeras bandas fueron AC/DC y Mägo de Oz, por supuesto). No tengo muchas bandas predilectas, aunque Rulo siempre encabeza el podio. Helloween, Volbeat o Greta Van Fleet le siguen de cerca. Mis gustos han cambiado a lo largo de los años pero siempre abierta de mente, así que le doy al hard rock, al power, al death metal (melódico) y a todo lo que me haga descubrir cosas nuevas o me sepa impresionar.
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