86/100
7 de noviembre de 2025
Pelagic Records
Hay discos que no se escuchan: se sobreviven. Nincs Szennyezetlen Szép, el nuevo trabajo del húngaro Dávid Makó, alias The Devil’s Trade, pertenece a esa categoría de obras que parecen exhalar dolor y respirar redención a partes iguales. Bajo el sello Pelagic Records, este quinto álbum se alza como una misa fúnebre en cámara lenta, donde el post-doom se entrelaza con un folk espectral y una sinceridad que corta como una hoja sin pulir.
El título, que se traduce como “no hay belleza sin contaminación”, funciona como declaración de principios y epitafio emocional. Makó canta desde un territorio liminal, entre la pérdida y la vida que insiste en continuar. El dato biográfico —la muerte de su madre apenas dos semanas antes del nacimiento de su hijo— tiñe cada compás con una gravedad existencial que ni el metal más abismal podría replicar.
Musicalmente, Nincs Szennyezetlen Szép expande el universo de The Devil’s Trade hacia un terreno más denso y atmosférico. Su característica voz barítona suena más desgarrada que nunca, flotando sobre guitarras que gimen como maderas antiguas y percusiones que resuenan con la solemnidad de un corazón agotado. El aporte de Gaspar Binder en la batería añade peso emocional, y la producción cuidada por Márton Szabó y Nikita Kampard refuerza ese equilibrio frágil entre el sonido crudo y la claridad emocional.
Canciones como “The Sleep That Dragged You Away” o “Weltschmerz” (“dolor del mundo”, en alemán) destilan una melancolía casi física, mientras que “Nincs Szennyezetlen Szép”, la pieza titular, se erige como un mantra devastador: aceptar la belleza solo cuando está manchada por la pérdida.
Este disco no busca agradar; busca purificar. Es un viaje incómodo, íntimo y necesario, donde el doom se convierte en un lenguaje espiritual más que en un género.
Para los seguidores de Neurosis, Pallbearer o Amenra, Makó ofrece una experiencia de comunión y catarsis, un recordatorio de que la oscuridad, a veces, no es el final del túnel, sino el lugar donde finalmente aprendemos a ver.
Mi nombre es Irene, y todo el mundo me conoce por mi apellido Kilmister adquirido por el que ha sido y será mi mayor ídolo en esta vida. Lo cierto es que yo empecé en esto de la fotografía sin pensarlo mucho. Era la típica amiga de la cámara, pero de que me quise dar cuenta me propusieron entrar a colaborar en un medio profesional en 2017 y desde ahí he pasado de ser esa amiga de la cámara a evolucionar y coinvertirme en lo que conocéis ahora.
Apasionada de la música en todos sus géneros y amante de la lectura y los conciertos, aunque mi verdadera profesión no tenga nada que ver con todo esto.
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