Canciones perfectas: «Eagle Fly Free» de Helloween

 

Incomprensiblemente, hasta la fecha no había entrado ningún tema de los germanos Helloween en esta sección, a pesar de que un vistazo rápido a su dilatada discografía nos arrojaría un buen puñado de opciones dignas de figurar. Qué mejor momento, con la publicación de su última obra “Giants & Monsters” a la vuelta de la esquina (y que ya ha sido conveniente diseccionado en la web) para resolver esta injusticia cósmica, y qué mejor tema para hacerlo que una canción que podríamos definir como fundacional de todo un género. Con todos ustedes… “Eagle Fly Free”.

 

 

La libertad, esa palabra tan manoseada últimamente, especialmente por aquellos que quieren cercenarla en propio beneficio, hasta hacerle perder su pleno sentido. De esa libertad habla «Eagle Fly Free», segundo corte del monumental Keeper of the Seven Keys Part II (1988), no es solo uno de los mayores himnos del power metal: es también una declaración estética, filosófica y musical de un género que comenzaba a despertar al calor de las composiciones de Michael Weikath y de Kai Hansen.

 

 

Si hay canciones que definen una era, «Eagle Fly Free» la inventa. Pero antes de lanzarnos a volar libres, es obligado detenerse unos segundos en el contexto que rodea a la génesis de este tema, no solo a nivel musical sino también a nivel histórico.

 

 

Eagle Fly Free: una utopía incómodamente vigente

Han pasado más de 35 años desde que Michael Weikath escribió «Eagle Fly Free», pero lo asombroso, y a la par triste, es cuán poco ha envejecido su mensaje. Lejos de quedar como una fantasía naïf de finales de los 80, la canción se puede seguir interpretando como una crítica dolorosamente actual al rumbo de nuestra especie.

 

 

En 1988, Europa vivía el ocaso de la Guerra Fría, con la URSS en transformación y el occidente en efervescencia. El metal, por su parte, alcanzaba una cima creativa y comercial en el que Helloween, tras su primer Keeper, se posicionaba como el estandarte de una nueva vía: el power metal melódico, rápido, épico, emocional… y sorprendentemente inteligente.

 

 

Por todo esto, la canción fue hija de una Alemania que acababa de dejar atrás el terror nuclear más extremo, aún dividida por el Muro, y en la que el heavy metal servía como válvula de escape y vehículo de reflexión para una sociedad en la que crecía ese anhelo de libertad. El mensaje de Weikath se enmarcaba en esa ola de desencanto ante las instituciones y la búsqueda de una ética más natural y universal. La letra, de carácter crítico y a la vez esperanzador, arranca señalando la confusión en la sociedad, la frustración contra sistemas ineficaces y la premonición constante de guerra. Weikath dispara todos los versos de la canción contra ese sistema. ¿Contextualizamos en el momento actual? Veamos…

 

 

  • Vivimos tiempos de elevada confusión social y política, con un auge internacional de partidos totalitaristas que crecen al amparo de electorados polarizados y desinformados, con una democracia en plena crisis de legitimidad (“People are in big confusion / They don’t like their constitutions”).

 

  • El peligro nuclear, lejos de desaparecer, ha vuelto a ser una amenaza tangible con la guerra en Ucrania y la tensión entre potencias (“And they’re still prepared for war / Hey, we think so supersonic / And we make our bombs atomic/ Or the better, quite neutronic…”).

 

  • Las desigualdades globales son aún más profundas que en 1988, mientras el discurso oficial sigue hablando de progreso (“But the poor don’t see a dime”).

 

  • La naturaleza, que en la canción se presenta como símbolo de armonía e inocencia perdida, sufre el mayor ataque sistemático en la historia humana: deforestación, cambio climático, pérdida de biodiversidad (“Nowadays, the air’s polluted”).

 

 

El estribillo en cambio supone una contraposición absoluta contra ese mensaje. Está lleno de luz y de esperanza, encarnados en ese águila majestuosa, todo un símbolo clásico de libertad y poder (“Eagle fly free / Let people see… / Together we’ll fly someday”). «Eagle Fly Free» no es solo una canción de evasión. Es una advertencia expresada desde un anhelo muy humano: el de imaginar, aunque sea por un momento, un mundo mejor. No perfecto. No tecnológicamente avanzado. Simplemente más justo, más natural y más libre. Y si todavía hoy ese sueño parece lejano… es precisamente porque la canción sigue siendo necesaria.

 

 

El nacimiento de un género

En 1988, Helloween vivía un momento de efervescencia creativa poco habitual en bandas tan jóvenes. La formación era de lujo: Michael Kiske a la voz, Kai Hansen y Michael Weikath a las guitarras, Markus Grosskopf al bajo e Ingo Schwichtenberg a la batería. El grupo venía del éxito de Keeper of the Seven Keys Part I (1987), que recordemos fue concebido originalmente como un álbum doble junto a la segunda parte.

 

 

Sin embargo, su discográfica, Noise Records, les obligó a publicarlo en dos entregas para evitar un producto “demasiado largo” para el mercado de entonces. Esa división alimentó una narrativa curiosa: se dice que el Keeper I fue “el disco de Hansen” y el Keeper II “el disco de Weikath”, algo que no es estrictamente cierto, pero que refleja bien el peso compositivo de cada uno. De hecho lo he calculado, en un alarde de rigor científico:

 

 

 

Aunque Keeper of the Seven Keys Part I ya dejó claro el camino hacia el power metal, es con “Eagle Fly Free” donde ese estilo se define y cristaliza plenamente. La canción encarna de forma inequívoca las características esenciales del género: una melodía contagiosa y poderosa que invita a la emoción, una actitud positiva y esperanzadora que rompe con el tono más oscuro del heavy tradicional, virtuosismo técnico al servicio de la canción, y velocidad elevada pero controlada para mantener claridad y musicalidad. En suma, “Eagle Fly Free” es la manifestación perfecta del alma del power metal en sus primeros años.

 

 

Una obertura y un salto al vacío

Antes de levantar el vuelo, el disco nos regala “Invitation”, una breve pieza instrumental compuesta también por Weikath que actúa como obertura y que supone igualmente un guiño a la “Initiation” de la Parte I. Y entonces, sin transición brusca, irrumpe “Eagle Fly Free” con las guitarras lanzando un riff lleno de intensidad, que parece despegar hacia el cielo.

 

 

Anatomía de una obra maestra

Musicalmente, la canción es una joya de ingeniería melódica, con una estructura que combina versos energéticos, seguidos de un pre-estribillo que lejos de servir de interludio daría para construir una canción entera poniéndolo en el centro, y un estribillo de otra galaxia. Por si todo esto no fuera suficiente, nos encontramos con una sección de solos técnicamente perfecta, y diseñada para el lucimiento instrumental de todos los miembros de la banda.

 

 

Michael Kiske aporta su voz cristalina, agudos impecables y una expresividad que equilibra fuerza y vulnerabilidad. Emociona por la claridad y la entrega y resulta increíble como con una única voz y registro es capaz de  transmitir inequívocamente lo que la letra nos va contando. Dramatismo en los versos, anhelo y esperanza en el pre-estribillo, y un estallido de optimismo en el estribillo. Es pura catarsis, y va mucho más allá del “virtuosismo agudo”.

 

 

Por su parte, Michael Weikath y Kai Hansen demuestran ser el tándem perfecto, en un duelo de solos que es ya un clásico del género. No es solo un momento de lucimiento técnico: es casi una conversación entre dos genios. Empieza con un primer bloque en el que la guitarra “canta” con notas largas que se estiran hacia arriba, como si buscaran literalmente el cielo. Después llega la parte más espectacular: ambas guitarras tocan juntas pero con notas diferentes que encajan como piezas de un puzle, creando armonías que dan esa sensación tan épica y luminosa típica del power metal, como si dos voces distintas cantaran la misma melodía desde perspectivas complementarias.

 

 

Ingo Schwichtenberg aporta velocidad y contundencia, con su doble bombo preciso y constante, con un control de dinámica que evita la monotonía. Markus Grosskopf: no solo sostiene el andamiaje armónico, sino que se permite un momento de libertad absoluta en la sección de solos que se merece una explicación aparte, por lo difícil que es encontrar una propuesta similar en el género:

 

 

Un insólito solo: “Bass Fly Free”

En el mundo del power metal, un solo de bajo es casi una rareza arqueológica. Grosskopf se abre paso en medio de la tormenta con una frase breve, limpia y melódica, justo antes del duelo de guitarras. No es un alarde técnico gratuito. Me atrevo  teorizar de que se trata de un recurso narrativo: introduce un respiro, añade contraste y, de algún modo, encarna en la propia música el mensaje de la canción. En un tema que celebra la libertad, hasta el bajo vuela libre.

 

 

Un cierre estratosférico

El clímax final de “Eagle Fly Free” es una auténtica celebración sonora. Tras el último solo instrumental, que cierre magistralmente con un breve pero contundente momento para el justo lucimiento de Ingo Schwichtenberg, la banda regresa al estribillo con toda la energía acumulada. Michael Kiske, en estado de gracia, repite el mantra “Together we fly, forever we fly…” con una proyección impecable, sosteniendo las notas con una limpieza y potencia que pocos vocalistas del género han igualado. Detrás, los arreglos de teclado ganan protagonismo con un mayor volumen en la mezcla, en forma de coros etéreos que expanden el espectro sonoro, creando una sensación de apertura infinita, como si el oyente realmente se elevara junto a la música.

 

 

Y, cuando parece que ya no puede ir más alto, Kiske corona la canción con un grito final sostenido que roza lo sobrehumano, manteniendo el tono en lo más alto y sellando uno de los finales más gloriosos del power metal. Es un cierre de puro éxtasis, donde voz, coros y banda al completo transmiten la esencia optimista y liberadora del género en su máxima expresión.

 

 

Veredicto

Hablamos de una canción fundacional. El impacto de Eagle Fly Free en la evolución del power metal es comparable al de Painkiller en el heavy tradicional o Master of Puppets en el thrash. Ya lo he dicho antes: los elementos que cristalizan aquí se convertirían en sellos sonoros del género. Grupos como Gamma Ray (formado por Kai Hansen poco después), Stratovarius, Rhapsody, Sonata Arctica, Blind Guardian, Freedom Call o el discípulo más aventajado (Tobias Sammet y sus Avantasia) heredaron directamente este estilo.

 

“Eagle Fly Free” no envejece. Es una de esas canciones que sobreviven a su época porque su mensaje, su energía y su ejecución demostraron que el metal también podía ser luminoso y potente a la vez. En directo, sigue siendo punto álgido en cada setlist de Helloween.

 

 

En el corazón de cada fan del power metal, ocupa un altar. Y en esta sección, se ha ganado con justicia el título de canción perfecta. Y si hoy sigue sonando fresco, no es solo por su producción o su velocidad. Es porque seguimos necesitando volar libres. Con la música, con el pensamiento y con el alma.

 

 

 


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