Archivos S2R: Los Suaves en Razzmatazz (año 2003)

Ahora que es julio y tenemos un poco más de tiempo para dedicar a esas “cosas-que-tienes-que-hacer-y-no-haces-nunca”, me ha dado por desempolvar el archivo que servidor tenía en cajones. El caso es que hay mucho material, incluso fotográfico que debía pasar a digital. Las sorpresas dan para mucho y hay fotos que creemos que vale la pena compartir con vosotros.

 

 

Es gracioso ver esos tiempos en los que revelábamos las fotos de forma analógica. Y yo nunca tuve puñetera idea ni interés en aprender a hacer fotos, pero había que hacer fotos de los conciertos, así que me compré una cámara. Nunca he leído las instrucciones de nada pues es un género literario al que sitúo al mismo nivel de la autoayuda. Y mis dos manos en esos tiempos estaban destinadas, una a coger una cerveza, y la otra al tabaco. La máquina me sobraba…

 

Fui un fotógrafo pésimo, pero tengo imágenes de esos tiempos. Sé que son malas, pero existen y son inéditas, así que cada semana de verano os pondremos algunas fotos con historia. Y empezamos con uno de los grupos más queridos por esta web: Los Suaves, y damos voz a uno de los padrinos de esta web: Charli Domínguez.

 

 

A mí siempre me dio la impresión —o si más mo, en esa época— de que la primera etapa de los 80 fue la más salvaje, y, por tanto, la más divertida, la más genuina, posiblemente la más rock n’ roll. Gente encima del escenario, todos brincando, entregados… Pero lo que vino en los 90 también fue una época dorada, aunque no tanto por la cantidad de público, sino por el éxito en si.

Recuerdo que incluso los recintos grandes por los que pasamos, que me parecían pequeños. Eso es algo que, personalmente, siempre me encantó. En los 90, desde mi atalaya, desde mi lugar privilegiado, yo notaba algo muy claro: los conciertos de Los Suaves estaban llenos de gente con una entrega brutal.

Alguna vez, cuando un periodista me preguntaba cómo era un concierto nuestro, yo le decía: “No mires al escenario, date la vuelta. Mira a la gente.” Porque la actuación estaba también ahí. El comportamiento del público era una entrega absoluta y total. Era una maravilla verlos.

Se veían cosas inauditas. Primero, la entrega total: venían con los ojos encendidos, de locura, con una sensación de fiesta total. Era lo que transmitían todos. Una auténtica locura. La gente no saltaba, no brincaba… daban bandazos, de un lado a otro. Como una multitud que se movía al unísono, como si sintieran el concierto de Los Suaves en las entrañas.

Otra cosa que siempre me llamó la atención fueron las letras. Eran larguísimas, muy buenas, pero largas. Y, aun así, el público se las sabía enteras. En algunos conciertos repetíamos canciones como “Dolores se llamaba Lola”, y si Yosi no cantaba, bastaba con girar el micro: la gente la cantaba de principio a fin, sin fallar una palabra.

La energía que se vivía ahí podía iluminar un campo de fútbol entero. Era una auténtica salvajada, una locura hermosa. He vivido muchos conciertos así. Algunos salían redondos —y hubo muchos—, y otros quizás no tanto, pero la reacción del público siempre fue así: única.

Yo he visto muchos conciertos de muchas bandas, pero el público reaccionaba de forma distinta con nosotros. Era un auténtico desmadre, pero un desmadre hermoso, una locura entrañable.

Por eso siempre sentí que la frase “Los Suaves somos todos” no era gratuita. Tenía una razón de ser. Y esa razón se veía y se vivía en cada concierto. Porque lo que pasaba allí… eso era real.

 

Y hay una cosa que sucedió, pero no es algo que se pueda poner tal cual… aunque fue cierto. Tienes que ponerlo en el contexto del momento y los tiempos… Puede parecer exagerado, pero hubo un concierto, una noche de verano, en el que un tipo —con pantalones flojos y actitud desinhibida— que se bajó los pantalones y se masturbó delante de la valla, cara al escenario. Tal cual. Y lo hizo ahí, sin más, mientras la banda tocaba. Pero lo que me llamó la atención no fue tanto el gesto en sí, sino la reacción del público. Nadie se escandalizó. Al contrario: lo integraron en la experiencia colectiva como si fuera parte del ritual.

 

Eso es lo que siempre me fascinó de los conciertos de Los Suaves: el verdadero espectáculo estaba en el público. La esencia del rock and roll, la energía más salvaje y auténtica, la tenías delante, entre la gente. Era algo maravilloso y conmovedor.

Pero no fue la única locura. Había de todo… Gente que levantaba la camiseta y enseñaba los pechos, otros que pasaban el concierto cantándole todas las canciones al colega al oído, como si estuviesen en un templo. Porque esas letras merecían ser cantadas, palabra por palabra.

Y yo, sinceramente, me reía mucho con algunas cosas, porque eran inauditas. Situaciones que, si te las cuentan, no te las crees. Pero yo las vi. Las viví… La reacción del público era una auténtica locura. Y sí, sucedió: el tipo con los pantalones flojos se puso a hacer lo que hizo, ahí, en pleno éxtasis musical.

Muchas veces parece que ese tipo de cosas solo pasan a las bandas de “fuera”, en festivales grandes, con bandas extranjeras. Pero no. Con Los Suaves hubo auténticas barbaridades, auténticas explosiones de emoción, y todas desde un lugar pasional. Era una manera de decir “esto es nuestro” y sentirlo al límite.

Recuerdo también otro concierto aquí en Ourense, en los primeros años, allá por el 84. Tocábamos en el recinto de Santa Teresita, y justo debajo del escenario una pareja estaba follando. Literal. Allí, como si nada. Supongo que para ellos eso era el súmmum de la experiencia Suaves. Vivir el momento al máximo. Porque sí, eran cosas inauditas, pero genuinas. Así era el público. Así era esa conexión única.

 


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